Page 53 - El Príncipe
P. 53
ser temido que amado. Porque de la generalidad de los hombres se puede
decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro
y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te
ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues —como antes
expliqué— ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se
presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su
palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las
amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y nobleza de
almas son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada
la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado
en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el
amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza,
rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo
que no se pierde nunca. No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer
de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible
ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastará que se abstenga de
apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos, y
que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación
conveniente y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes
ajenos, porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida
del patrimonio. Luego, nunca faltan excusas para despojar a los demás de
sus bienes, y el que empieza a vivir de la rapiña siempre encuentra
pretextos para apoderarse de lo ajeno, y, por el contrario, para quitar la vida,
son más raros y desaparezcan con más rapidez.
Pero cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos y tiene que
gobernar a miles de soldados, es absolutamente necesario que no se
preocupe si merece fama de cruel, porque sin esta fama jamás podrá tenerse
ejército alguno unido y dispuesto a la lucha. Entre las infinitas cosas
admirables de Aníbal se cita la de que, aunque contaba con un ejército
grandísimo, formado por hombres de todas las razas a los que llevó a
combatir en tierras extranjeras, jamás surgió discordia alguna entre ellos ni
contra el príncipe, así en la mala como en la buena fortuna. Y esto no podía
deberse sino a su crueldad inhumana, que, unida a sus muchas otras
virtudes, lo hacía venerable y terrible en el concepto de los soldados; que,
sin aquélla, todas las demás no le habrían bastado para ganarse este respeto.
Los historiadores poco reflexivos admiran, por una parte, semejante orden,
y, por la otra, censuran su razón principal. Que si es verdad o no que las