Page 51 - El Príncipe
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extremada fortuna, proveyó a los superfluos. Si el actual rey España hubiera
sido espléndido no habría realizado ni vencido en tantas empresas.
Por tanto, un príncipe, para no despojar a sus súbditos, para poder
defenderse, para no volverse pobre y miserable, para no verse obligado a
expoliar, debe temer poco incurrir en la tacañería; porque éste es uno de los
vicios que hacen posible reinar. Y si alguien dijese: “Gracias a su
prodigalidad, César llegó al imperio, y muchos otros, por haber sido y
haberse ganado fama de pródigos, escalaron altísimas posiciones”,
contestaría: “O ya eres príncipe, o estas en camino de serlo; en el primer
caso, la liberalidad es perniciosa; en el segundo, necesaria. Y César era uno
do los que querían llegar al principado de Roma; pero si después de lograrlo
hubiese sobrevivido y no hubiera moderado en los gastos, habría arruinado
al imperio”. Y si alguien replicase: “Ha habido muchos príncipes, reputados
por generosos, que hicieron grandes cosas con las armas” diría yo: “O el
príncipe gasta lo suyo y lo de los súbditos, o gasta lo ajeno; en el primer
caso debe ser medido, en el otro, no debe cuidarse del despilfarro. Porque el
príncipe que va con sus ejércitos y que vive del botín, de los saqueos y de
las contribuciones, necesita esa esplendidez a costa de los enemigos, ya que
de otra manera los soldados no lo seguirían. Con aquello que no es del
príncipe ni de sus súbditos se puede ser extremadamente generoso, como lo
fueron Ciro, César y Alejandro; porque el derrochar lo ajeno, antes concede
que quita reputación; sólo el gastar lo de uno perjudica. No hay cosa que se
consuma tanto a sí misma como la prodigalidad, pues cuanto más se la
practica más se pierde la facultad de practicarla; y se vuelve el príncipe
pobre y despreciable, o, si quiere escapar de la pobreza, expoliador y
odioso. Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a
ambas cosa conduce la prodigalidad. Por lo tanto, es más prudente
contentarse con el tilde de tacaño que implica una vergüenza sin odio, que,
por ganar fama de pródigo, incurrir en el de expoliador, que implica una
vergüenza con odio.