Page 50 - El Príncipe
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                Capítulo


                De la prodigalidad y de la avaricia



                Empezando por la primera de dichas cualidades, digo que estaría bien ser
                tenido  por  pródigo.  Sin  embargo,  la  prodigalidad,  practicada
                manifiestamente perjudica; y por otra parte, si se la practica practica tal y
                como se debe practicar, sin que sea conocida, se creerá que existe el vicio

                contrario.  Pero  como  el  que  quiere  conseguir  fama  de  pródigo  entre  los
                hombres no puede pasar por alto ninguna clase de lujos, sucederá siempre
                que un príncipe así acostumbrado a proceder consumirá en tales obras todas
                sus  riquezas  y  se  verá  obligado,  a  la  postre,  si  desea  conservar  su
                reputación,  a  imponer  excesivos  tributos,  a  ser  riguroso  en  el  cobro  y  a
                hacer  todas  las  cosas  que  hay  que  hacer  para  procurarse  dinero.  Lo  cual

                empezará a tornarle odioso a los ojos de sus súbditos, y nadie lo estimará,
                ya que se habrá vuelto pobre. Y como con su prodigalidad ha perjudicado a
                muchos  y  beneficiado  a  pocos,  se  resentirá  al  primer  inconveniente  y
                peligrará al menor riesgo. Y si entonces advierte su falla y quiere cambiar
                de conducta, será tachado de tacaño.
                   Puesto que un príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin
                perjuicio, convendrá, si es sensato, despreocuparse si es tildado de tacaño;

                porque, con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las rentas para
                defenderse  de  sus  atacantes  y  acometer  nuevas  empresas  sin  gravar  al
                pueblo, será tenido siempre por más pródigo, pues practica la generosidad
                con todos aquellos a quienes no quita, que son innumerables, y la avaricia
                con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
                   En nuestros tiempos sólo hemos visto hacer grandes cosas a los hombres

                considerados tacaños; los demás siempre han fracasado. El papa Julio II,
                después de usar la fama de pródigo para llegar al Pontificado, la descuidó a
                fin de poder hacer la guerra. El actual rey de Francia ha sostenido tantas
                guerras sin imponer tributos extraordinarios a sus súbditos porque, con su
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