Page 16 - El Príncipe
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                Capítulo


                De qué modo hay que gobernar las ciudades o

                principados que, antes de ser ocupados, se regían

                por sus propias leyes



                Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba
                acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero,
                destruirlo; después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes,

                obligarlo  a  pagar  un  tributo  y  establecer  un  gobierno  compuesto  por  un
                corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista.
                Como  ese  gobierno  sabe  que  nada  puede  sin  la  amistad  y  poder  del
                príncipe,  no  ha  de  reparar  en  medios  para  conservarle  el  Estado.  Porque
                nada  hay  mejor  para  conservar  -si  se  la  quiere  conservar-  una  ciudad
                acostumbrada  a  vivir  libre  que  hacerla  gobernar  por  sus  mismos

                ciudadanos.
                   Ahí están los espartanos y romanos como ejemplo de ello. Los espartanos
                ocuparon  a  Atenas  y  Tebas,  dejaron  en  ambas  ciudades  un  gobierno
                oligárquico, y, sin embargo, las perdieron. Los romanos, para conservar a
                Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron, y no las perdieron. Quisieron
                conservar  a  Grecia  como  lo  habían  hecho  los  espartanos,  dejándole  sus
                leyes y su libertad, y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados a

                destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla. Porque, en
                verdad, el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir
                libre es destruirla. Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste,
                espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán por baluarte
                el  nombre  de  libertad  y  sus  antiguos  estatutos,  cuyo  hábito  nunca  podrá
                hacerle  perder  el  tiempo  ni  los  beneficios.  Por  mucho  que  se  haga  y  se

                prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se olvida de
                aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren en
                cualquier contingencias, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo el yugo
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