Page 42 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo Juan Rulfo
-¿Pero de qué tiempos hablará? Claro que nadie se paró en su casa por el puro miedo
de agarrar la tisis: ¿Se acordará de eso la indina?
-De eso hablaba..
-Cuando vuelvas a oírla me avisas, me gustaría saber lo que dice.
-¿Oyes? Parece que va a decir algo. Se oye un murmullo.
-No, no es ella. Eso viene de más lejos, de por este otro rumbo. Y es voz de hombre. Lo
que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a
removerse. Y despiertan.
«El cielo es grande. Dios estuvo conmigo esa noche. De no ser así quién sabe lo que
hubiera pasado. Porque fue ya de noche cuando reviví...»
-¿Lo oyes ya más claro?
-Sí.
«... Tenía sangre por todas partes. Y al enderezarme chapotié con mis manos la sangre
regada en las piedras. Y era mía. Montonales de sangre. Pero no estaba muerto. Me di
cuenta. Supe que don Pedro no tenía intenciones de matarme. Sólo de darme un susto.
Quería averiguar si yo había estado en Vilmayo dos meses antes. El día de San Cristóbal.
En la boda. ¿En cuál boda? ¿En cuál San Cristóbal? Yo chapoteaba entre mi sangre y le
preguntaba: «¿En cuál boda, don Pedro?» No, no, don Pedro, yo no estuve. Si acaso, pasé
por allí. Pero fue por casualidad... Él no tuvo intenciones de matarme. Me dejó cojo, como
ustedes ven, y manco si ustedes quieren. Pero no me mató. Dicen que se me torció un ojo
desde entonces, de la mala impresión. Lo cierto es que me volví más hombre. El cielo es
grande. Y ni quien lo dude.»
-¿Quién será?
-Ve tú a saber. Alguno de tantos. Pedro Páramo causó tal mortandad después que le
mataron a su padre, que se dice casi acabó con los asistentes a la boda en la cual don
Lucas Páramo iba a fungir de padrino. Y eso que a don Lucas nomás le tocó de rebote,
porque al parecer la cosa era contra el novio. Y como nunca se supo de dónde había
salido la bala que le pegó a él, Pedro Páramo arrasó parejo. Esto fue allá en el cerro de
Vilmayo, donde estaban unos ranchos de los que ya no queda ni el rastro... Mira, ahora sí
parece ser ella. Tú que tienes los oídos muchachos, ponle atención. Ya me contarás lo que
diga.
-No se le entiende. Parece que no habla, sólo se queja.
-¿Y de qué se queja?
-Pues quién sabe.
-Debe ser por algo. Nadie se queja de nada. Para bien la oreja.
-Se queja y nada más. Tal vez Pedro Páramo la hizo sufrir.
-No creas. Él la quería. Estoy por decir que nunca quiso a ninguna mujer como a ésa.
Ya se la entregaron sufrida y quizá loca. Tan la quiso, que se pasó el resto de sus años
aplastado en un equipal, mirando el camino por donde se la habían llevado al
camposanto. Le perdió interés a todo. Desalojó sus tierras y mandó quemar los enseres.
Unos dicen que porque ya estaba cansado, otros que porque le agarró la desilusión; lo
cierto es que echó fuera a la gente y se sentó en su equipal, cara al camino.
»Desde entonces la tierra se quedó baldía y como en ruinas. Daba pena verla
llenándose de achaques con tanta plaga que la invadió en cuanto la dejaron sola. De allá
para acá se consumió la gente; se desbandaron los hombres en busca de otros
«bebederos». Recuerdo días en que Comala se llenó de «adioses» y hasta nos parecía cosa
alegre ir a despedir a los que se iban. Y es que se iban con intenciones de volver. Nos
dejaban encargadas sus cosas y su familia. Luego algunos mandaban por la familia
aunque no por sus cosas, y después parecieron olvidarse del pueblo y de nosotros, y
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