Page 37 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


            "Me acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo." "Me acuso padre que tuve un hijo de
            Pedro Páramo." "De que le presté mi hija a Pedro Páramo". Siempre esperé que él viniera a
            acusarse de algo; pero nunca lo hizo. Y después estiró los brazos de su maldad con ese
            hijo que tuvo. Al que él reconoció, sólo Dios sabe por qué. Lo que si sé es que yo puse en
            sus manos ese instrumento.»
               Tenía muy presente el día que se lo había llevado, apenas nacido.
               Le había dicho:
               -Don Pedro, la mamá murió al alumbrarlo. Dijo que era de usted. Aquí lo tiene.
               Y él ni lo dudó, solamente le dijo:
               -¿Por qué no se queda con él, padre? Hágalo cura.
               -Con la sangre que lleva dentro no quiero tener esa responsabilidad.
               -¿De verdad cree usted que tengo mala sangre?
               -Realmente sí, don Pedro.
               -Le probaré que no es cierto. Déjemelo aquí. Sobra quien se encargue de cuidarlo.
               -En eso pensé, precisamente. Al menos con usted no le faltará el sustento.
               El muchachito se retorcía, pequeño como era, como una víbora. -¡Damiana! Encárgate
            de esa cosa. Es mi hijo.
               Después había abierto la botella:
               -Por la difunta y por usted beberé este trago.
               -¿Y por él?
               -Por él también, ¿por qué no?
               Llenó otra copa más y los dos bebieron por el porvenir de aquella criatura.
               Así fue.
               Comenzaron a pasar las carretas rumbo a la Media Luna. Él se agachó, escondiéndose
            en el galápago que bordeaba el río. «¿De quién te escondes?», se preguntó a sí mismo.
               -¡Adiós, padre! -oyó que le decían.
               Se alzó de la tierra y contestó:
               -¡Adiós! Que el Señor te bendiga.
               Estaban apagándose las luces del pueblo. El río llenó su agua de colores luminosos.
               -Padre, ¿ya dieron el alba? -preguntó otro de los carreteros.
               -Debe ser mucho después del alba -respondió él. Y caminó en sentido contrario al de
            ellos, con intenciones de no detenerse.
               -¿Adónde tan temprano, padre?
               -¿Dónde está el moribundo, padre?
               -¿Ha muerto alguien en Contla, padre?
               Hubiera querido responderles: «Yo. Yo soy el muerto». Pero se conformó con sonreír.
               Al salir del pueblo precipitó sus pasos.
               Regresó entrada la mañana.
               -¿Dónde estuvo usted, tío? -le preguntó Ana su sobrina-. Vinieron muchas mujeres a
            buscarlo. Querían confesarse por ser mañana viernes primero.
               -Que regresen a la noche.
               Se quedó un rato quieto, sentado en una banca del pasillo, lleno de fatiga.
               -¡Qué fresco está el aire!, ¿no, Ana?
               -Hace calor, tío.
               -Yo no lo siento.



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