Page 23 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


            muerta. Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo. Así que no te asustes si oyes
            ecos más recientes, Juan Preciado.
               -¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? -le pregunté.
               -No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
               -Murió -dije.
               -¿Ya murió? ¿Y de qué?
               -No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
               -Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De
            modo que murió?
               -Sí. Quizá usted debió saberlo.
               -¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
               -Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
               -...
               -¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
               Y me encontré de pronto solo en aquellas  calles  vacías.  Las  ventanas  de  las  casas
            abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas
            que enseñaban sus adobes revenidos.
               -¡Damiana! -grité-. ¡Damiana Cisneros!
               Me contestó el eco: «¡... ana... neros...! ¡... ana... neros...!».


               Oí que ladraban los perros, como si yo los hubiera despertado. Vi un hombre cruzar la
            calle:
               -¡Ey, tú! -llamé.
               -¡Ey, tú! -me respondió mi propia voz.
               Y  como si estuvieran a la vuelta de la esquina, alcancé a oír a unas mujeres que
            platicaban:
               -Mira quién viene por allí. ¿No es Filoteo Aréchiga?
               -Es él. Pon la cara de disimulo.
               -Mejor vámonos. Si se va detrás de nosotras es que de verdad quiere a una de las dos.
            ¿A quién crees tú que sigue?
               -Seguramente a ti.
               A mí se me figura que a ti.
               -Deja ya de correr. Se ha quedado parado en aquella esquina. -Entonces a ninguna de
            las dos, ¿ya ves?
               -Pero qué tal si hubiera resultado que a ti o a mí. ¿Qué tal?
               -No te hagas ilusiones.
               -Después de todo estuvo hasta mejor. Dicen por ahí los díceres que es él el que se
            encarga de conchavarle muchachas a don Pedro. De la que nos escapamos.
               -¿Ah, sí? Con ese viejo no quiero tener nada que ver.
               -Mejor vámonos.
               -Dices bien. Vámonos de aquí.


               La noche. Mucho más allá de la medianoche. Y las voces:
               -... Te digo que si el maíz de este año se da bien, tendré con qué pagarte. Ahora que si
            se me echa a perder, pues te aguantas.



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