Page 20 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


               -¿No serás tú?
               -¡Cómo se pone a creer que yo!
               -Yo creo hasta el bendito. Mañana  comenzaremos  a  arreglar  nuestros  asuntos.
            Empezaremos por las Preciados. ¿Dices que a ellas les debemos más?
               -Sí. Y a las que les hemos pagado menos. El padre de usted siempre las pospuso para
            lo último. Tengo entendido que una de ellas, Matilde, se fue a vivir a la ciudad. No sé si a
            Guadalajara o a Colima. Y la Lola, quiero decir, doña Dolores, ha quedado como dueña de
            todo. Usted sabe: el rancho de Enmedio. Y es a ella a la que tenemos que pagar.
               -Mañana vas a pedir la mano de la Lola.
               -Pero cómo quiere usted que me quiera, si ya estoy viejo.
               -La  pedirás  para mí. Después de todo tiene alguna gracia. Le dirás que estoy muy
            enamorado de ella. Y que si lo tiene a bien. De pasada, dile al padre Rentería que nos
            arregle el trato. ¿Con cuánto dinero cuentas?
               -Con ninguno, don Pedro.
               -Pues  prométeselo.  Dile que en teniendo se le pagará. Casi estoy seguro de que no
            pondrá dificultades. Haz eso mañana mismo.
               -¿Y lo del Aldrete?
               -¿Qué se trae el Aldrete? Tú me mencionaste a las Preciados y a los Fregosos y a los
            Guzmanes. ¿Con que' sale ahora el Aldrete?
               -Cuestión de límites. Él ya mandó cercar y ahora pide que echemos el lienzo que falta
            para hacer la división.
               -Eso déjalo para después. Note preocupen los lienzos. No habrá lienzos. La tierra no
            tiene divisiones. Piénsalo, Fulgor, aunque no se lo des a entender. Arregla por de pronto
            lo de la Lola. ¿No quieres sentarte?
               -Me sentaré, don Pedro. Palabra que me está gustando tratar con usted.
               -Le dirás a la Lola esto y lo otro y que la quiero. Eso es importante. De cierto, Sedano,
            la quiero. Por sus ojos, ¿sabes? Eso harás mañana tempranito. Te reduzco tu tarea de
            administrador. Olvídate de la Media Luna.

               «¿De dónde diablos habrá sacado esas mañas el muchacho?  -pensó  Fulgor  Sedano
            mientras regresaba a la Media Luna-. Yo no esperaba de él nada. "Es un inútil", decía de
            él mi difunto patrón don Lucas. "Un flojo de marca." Yo le daba la razón. "Cuando me
            muera váyase buscando otro trabajo, Fulgor." "Sí, don Lucas." "Con decirle, Fulgor, que
            he intentado mandarlo al seminario para ver si al menos eso le da para comer y mantener
            a su madre cuando yo les falte; pero ni a eso se decide." "Usted no se merece eso, don
            Lucas." "No se cuenta con él para nada, ni para que me sirva de bordón servirá cuando yo
            esté  viejo.  Se  me malogró, qué quiere usted, Fulgor." "Es una verdadera lástima, don
            Lucas."»
               Y ahora esto. De no haber sido porque estaba tan encariñado con la Media Luna, ni lo
            hubiera venido a ver. Se habría largado sin avisarle. Pero le tenía aprecio a aquella tierra;
            a esas lomas pelonas tan trabajadas y que todavía seguían aguantando el surco, dando
            cada vez más de sí... La querida Media Luna... Y sus agregados: «Vente para acá, tierrita
            de Enmedio». La veía venir. Como que aquí estaba ya. Lo que significa una mujer después
            de todo. «¡Vaya que sí!», dijo. Y chicoteó sus piernas al trasponer la puerta grande de la
            hacienda.


               Fue  muy  fácil  encampanarse  a  la Dolores. Si hasta le relumbraron los ojos y se le
            descompuso la cara.
               -Perdóneme que me ponga colorada, don Fulgor. No creí que don Pedro se fijara en mí.


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