Page 21 - Pedro Páramo
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Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


               -No duerme, pensando en usted.
               -Pero  si él tiene de dónde escoger. Abundan tantas muchachas bonitas en Comala.
            ¿Qué dirán ellas cuando lo sepan?
               -Él sólo piensa en usted, Dolores. De ahí en más, en nadie.
               -Me hace usted que me den escalofríos, don Fulgor. Ni siquiera me lo imaginaba.
               -Es que es un hombre tan reservado. Don Lucas Páramo, que en paz descanse, le llegó
            a decir que usted no era digna de él. Y se calló la boca por pura obediencia. Ahora que él
            ya no existe, no hay ningún impedimiento. Fue su primera decisión; aunque yo había
            tardado en cumplirla por mis muchos quehaceres. Pongamos por fecha de la boda pasado
            mañana. ¿Qué opina usted?
               -¿No  es  muy pronto? No tengo nada preparado. Necesito encargar los ajuares. Le
            escribiré a mi hermana. O no, mejor le voy a mandar un propio, pero de cualquier manera
            no estaré lista antes del 8 de abril. Hoy estamos a 1. Sí, apenas para el 8. Dígale que
            espere unos diyitas.
               -Él quisiera que fuera ahora mismo. Si es por los ajuares, nosotros se  los
            proporcionaremos. La difunta madre de don Pedro espera que usted vista sus ropas. En
            la familia existe esa costumbre.
               -Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta
            vergüenza me da decirle esto, don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me
            toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza.
               -¿Y qué? El matrimonio no es asunto de si haya o no haya luna. Es cosa de quererse.
            Y, en habiendo esto, todo lo demás sale sobrando.
               -Pero es que usted no me entiende, don Fulgor.
               -Entiendo. La boda será pasado mañana.
               Y la dejó con los brazos extendidos pidiendo ocho días, nada más ocho días.
               «Que no se me olvide decirle a don Pedro -¡vaya muchacho listo ese Pedro!-, decirle que
            no se le olvide decirle al juez que los bienes son mancomunados. "Acuérdate, Fulgor, de
            decírselo mañana mismo."»
               La Dolores, en cambio, corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente:
            «Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta  misma  noche.  Pero  de  todas
            maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!
            Gracias, Dios mío, por darme a don Pedro». Y añadió: «Aunque después me aborrezca».


               -Ya está pedida y muy de acuerdo. El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por
            alto lo de las amonestaciones. Le dije que se le darían a su debido tiempo. Él dice que le
            hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada. Le
            prometí que le mandaríamos una mesa nueva. Dice que usted nunca  va  a  misa.  Le
            prometí que iría. Y desde que murió su abuela ya no le han dado los diezmos. Le dije que
            no se preocupara. Está conforme.
               -¿No le pediste algo adelantado a la Dolores?
               -No,  patrón.  No  me  atreví. Ésa es la verdad. Estaba tan contenta que no quise
            estropearle su entusiasmo.
               -Eres un niño.
               «¡Vaya! Yo un niño. Con 55 años encima. Él apenas comenzando a vivir y yo a pocos
            pasos de la muerte.»
               -No quise quebrarle su contento.
               -A pesar de todo, eres un niño.
               -Está bien, patrón.



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