Page 15 - Pedro Páramo
P. 15

Pedro Páramo                                                                     Juan Rulfo


               La  iglesia  estaba  ya  vacía.  Dos  hombres esperaban en la puerta de Pedro Páramo,
            quien se juntó con ellos, y juntos siguieron el féretro que aguardaba descansando sobre
            los hombros de cuatro caporales de la Media Luna.
               El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.
               -Son  tuyas  -dijo-.  Él  puede  comprar la salvación. Tú sabes si éste es el precio. En
            cuanto a mí, Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todo
            nos es dado pedir... Por mí, condénalo, Señor.
               Y cerró el sagrario.
               Entró en la sacristía,  se  echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza  hasta
            agotar sus lágrimas.
               -Está bien, Señor, tú ganas -dijo después.


               Durante la cena tomó su chocolate como todas las noches. Se sentía tranquilo.
               -Oye, Anita. ¿Sabes a quién enterraron hoy?
               -No, tío.
               -¿Te acuerdas de Miguel Páramo?
               -Sí, tío.
               -Pues a él.
               Ana agachó la cabeza.
               -Estás segura de que él fue, ¿verdad?
               -Segura no, tío. No le vi la cara. Me agarró de noche y en lo oscuro.
               -¿Entonces cómo supiste que era Miguel Páramo?
               -Porque él me lo dijo: «Soy Miguel Páramo, Ana. No te asustes». Eso me dijo.
               -¿Pero sabías que era el autor de la muerte de tu padre, no?
               -Sí, tío.
               -¿Entonces qué hiciste para alejarlo?
               -No hice nada.
               Los dos guardaron silencio por un rato. Se oía el aire tibio entre las hojas del arrayán.
               -Me dijo que precisamente a eso venía: a pedirme disculpas y a que yo lo perdonara.
            Sin moverme de la cama le avisé: «La ventana está abierta».  Y  él  entró.  Llegó
            abrazándome, como si ésa fuera la forma de disculparse por lo que había hecho. Y yo le
            sonreí. Pensé en lo que usted me había enseñado: que nunca hay que odiar a nadie. Le
            sonreí para decírselo; pero después pensé que él no pudo ver mi sonrisa, porque yo no lo
            veía  a  él,  por  lo  negra que estaba la noche. Solamente lo sentí encima de mí y que
            comenzaba a hacer cosas malas conmigo.
               »Creí que me iba a matar. Eso fue lo que creí, tío. Y hasta dejé de pensar para morirme
            antes de que él me matara. Pero seguramente no se atrevió a hacerlo.
               »Lo  supe  cuando  abrí  los  ojos  y  vi  la luz de la mañana que entraba por la ventana
            abierta. Antes de esa hora, sentí que había dejado de existir.
               -Pero debes tener alguna seguridad. La voz. ¿No lo conociste por su voz?
               -No lo conocía por nada. Sólo sabía que había matado a mi padre. Nunca lo había visto
            y después no lo llegué a ver. No hubiera podido, tío.
               -Pero sabías quién era.
               -Sí. Y qué cosa era. Sé que ahora debe estar en lo mero hondo del infierno; porque así
            se lo he pedido a todos los santos con todo mi fervor.





                                                           18
   10   11   12   13   14   15   16   17   18   19   20