Page 63 - Cien Años de Soledad
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Cien años de soledad

                                                                                     Gabriel  García Márquez


           recuerdo no sólo con la distancia, sino con un encarnizamiento aturdido que sus compañeros de
           armas  calificaban de  temeridad,  pero  mientras  más  revolcaba su  imagen  en  el  muladar  de  la
           guerra,  más  la  guerra  se  parecía  a  Amaranta.  Así padeció  el exilio,  buscando  la  manera  de
           matarla con su propia muerte, hasta que le oyó contar a alguien el viejo cuento del hombre que
           se casó con una tía que además era su prima y cuyo hijo terminó siendo abuelo de sí mismo.
              -¿Es que uno se puede casar con una tía? -preguntó él, asombrado.
              -No sólo se puede -le contestó un soldado- sino que estamos haciendo esta guerra contra los
           curas para que uno se pueda casar con su propia madre.
              Quince días después desertó. Encontró a Amaranta más ajada que en             el  recuerdo, más
           melancólica y pudibunda, y ya doblando en realidad el último cabo de la madurez, pero más febril
           que  nunca en  las  tinieblas  del  dormitorio  y  más  desafiante  que  nunca en  la  agresividad de  su
           resistencia. «Eres un  bruto -le decía Amaranta, acosada por sus perros de     presa-. No es cierto
           que  se  le  pueda hacer  esto  a una pobre  tía,  como  no  sea con dispensa  especial  del  Papa.»
           Aureliano José prometía ir a Roma, prometía recorrer a Europa de rodillas, y besar las sandalias
           del Sumo Pontífice sólo para que ella bajara sus puentes levadizos.
              -No es sólo eso-rebatía Amaranta-. Es que nacen los hijos con cola de puerco.
              Aureliano José era sordo a todo argumento.
              -Aunque nazcan armadillos -suplicaba.
              Una madrugada, vencido por el dolor insoportable de la virilidad reprimida, fue a la tienda de
           Catarino. Encontró una mujer de senos fláccidos, cariñosa y barata, que le apaciguó el vientre por
           algún tiempo. Trató de aplicarle a Amaranta el tratamiento del desprecio. La veía en el corredor,
           cosiendo en una máquina de manivela que había aprendido a manejar con habilidad admirable, y
           ni siquiera le dirigía la palabra. Amaranta se sintió liberada de un lastre, y ella misma no com-
           prendió por qué volvió a pensar entonces en el coronel Gerineldo Márquez, por qué evocaba con
           tanta nostalgia las tardes de damas chinas, y por qué llegó inclusive a desearlo como hombre de
           dormitorio.  Aureliano  José  no  se  imaginaba  cuánto  terreno  había  perdido,  la  noche  en  que  no
           pudo resistir más la farsa de la indiferencia, y volvió al cuarto de Amaranta. Ella lo rechazó con
           una determinación inflexible, inequívoca, y echó para siempre la aldaba del dormitorio.
              Pocos meses después del      regreso de  Aureliano  José, se presentó   en  la  casa una  mujer
           exuberante,  perfumada de   jazmines,  con un niño   de  unos  cinco  años.  Afirmó  que  era hijo  del
           coronel Aureliano Buendía y lo llevaba para que Úrsula lo bautizara. Nadie puso en duda el origen
           de  aquel  niño  sin nombre: era igual  al  coronel,  por  los  tiempos  en  que  lo  llevaron a conocer  el
           hielo.  La  mujer  contó  que  había nacido  con los  ojos  abiertos  mirando  a la  gente  con criterio  de
           persona mayor, y que le asustaba su manera de fijar la mirada en las cosas sin parpadear. «Es
           idéntico  -dijo  Úrsula-.  Lo  único  que  falta  es  que  haga  rodar  las  sillas  con  sólo  mirarlas.»  Lo
           bautizaron  con  el nombre   de  Aureliano,  y  con  el apellido  de  su  madre,  porque  la  ley  no  le
           permitía llevar el apellido del padre mientras éste no lo reconociera. El general Moncada sirvió de
           padrino.  Aunque  Amaranta insistió  en  que  se  lo  dejaran para  acabar  de  criarlo,  la  madre  se
           opuso.
              Úrsula ignoraba entonces la costumbre de mandar doncellas a los dormitorios de los guerreros,
           como se les soltaba gallinas a los gallos finos, pero en el curso de ese año se enteró: nueve hijos
           más  del coronel Aureliano  Buendía  fueron  llevados  a  la  casa  para  ser  bautizados.  El mayor,  un
           extraño moreno de ojos verdes que nada tenía que ver con la familia paterna, había pasado de
           los  diez  años.  Llevaron  niños  de  todas  las  edades,  de  todos  los  colores,  pero  todos  varones,  y
           todos  con un aire   de  soledad que   no  permitía  poner  en  duda el  parentesco.  Sólo  dos  se
           distinguieron del  montón.  Uno,  demasiado  grande  para  su  edad,  que  hizo  añicos  los  floreros  y
           varias piezas de la vajilla, porque sus manos parecían tener la propiedad de despedazar todo lo
           que tocaban. El otro era un rubio con los mismos ojos garzos de su madre, a quien habían dejado
           el cabello largo y con bucles, como a una mujer. Entró a la casa con mucha familiaridad, como si
           hubiera sido criado en ella, y fue directamente a un arcón del dormitorio de Úrsula, y exigió:
              «Quiero la bailarina de cuerda.» Úrsula se asustó. Abrió el arcón, rebuscó entre los anticuados
           y polvorientos objetos de los tiempos de Melquiades y encontró envuelta en un par de medias la
           bailarina de cuerda que alguna vez llevó Pietro Crespi a la casa, y de la cual nadie había vuelto a
           acordarse. En menos de doce años bautizaron con ~ nombre de Aureliano, y con el apellido de la
           madre,  a todos  los  hijos  que  diseminó  el  coronel  a lo  largo  y a le  ancho  de  sus  territorios  de
           guerra;  diecisiete.  Al principio,  Úrsula  les  llenaba  los  bolsillos  de  dinero  y  Amaranta  intentaba
           quedarse con ellos. Pero terminaron por limitarse a hacerles un regalo y a servirles de madrinas.



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