Page 9 - Tokio Blues - 3ro Medio
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                   Hace mucho tiempo —aunque, por más que lo repita, apenas han transcurrido veinte años—
               yo  vivía  en  una  residencia  de  estudiantes.  Tenía  dieciocho  años  y  acababa  de  ingresar  en  la
               universidad.  No  conocía  Tokio  y  era  la  primera  vez  que  vivía  solo,  así  que  mis  padres,
               intranquilos, me matricularon en aquella residencia. Estaban incluidas las comidas y disponían de
               unas buenas instalaciones. En fin, aquél era el clásico sitio en que podía sobrevivir un muchacho
               inexperto de dieciocho años. La cuestión monetaria también contaba, por supuesto. Alojarme en
               una residencia era mucho más barato que vivir solo. Un futón y una lámpara era todo cuanto
               necesitaba.  Yo  hubiera  preferido  alquilar  un  apartamento  y  vivir  a  mi  aire,  pero,  teniendo  en
               cuenta el importe de la matrícula de la universidad, el coste de las clases y el de mi manutención,
               la verdad es que no podía quejarme. En realidad, tanto me daba vivir en un lugar como en otro.
                   La  residencia  estaba  en  la  ciudad  misma,  en  lo  alto  de  una  loma  que  tenía  unas  vistas
               magníficas  sobre  Tokio.  Ocupaba  un  extenso  terreno  rodeado  por  un  alto  muro  de  cemento.
               Frente al portal se erguía un olmo gigantesco. Al parecer, las instalaciones tenían más de ciento
               cincuenta años. Al pie del árbol, no podías vislumbrar el cielo, oculto por entero tras el verde
               follaje.
                   El camino de cemento daba un rodeo para evitar el impresionante olmo y luego cruzaba el
               patio en línea recta. A ambos lados del patio se alineaban, en paralelo, dos bloques de hormigón
               de tres pisos: los dormitorios. Eran unos edificios grandes y con tantas aberturas por ventanas que
               parecían celdas de una  cárcel  reconvertidas  en  apartamentos,  o apartamentos  reconvertidos en
               celdas.  Sin  embargo,  no  estaban  sucios  ni  daban  una  impresión  deprimente.  A  través  de  las
               ventanas abiertas de par en par, se oían las radios. Las cortinas que colgaban de las ventanas eran
               todas del mismo tono crema, el color que mejor resistía la decoloración solar.
                   El  camino  daba  al  pabellón  principal,  de  dos  pisos  de  altura.  En  la  planta  baja  estaba  el
               comedor y el baño grande; en la primera planta, el paraninfo, varias salas de reuniones y, aunque
               desconozco qué utilidad podía tener, el salón para recepciones de huéspedes importantes. Al lado
               del  pabellón principal,  se levantaba un tercer bloque de tres  plantas.  En el  césped del  amplio
               patio, un sistema automático de riego por aspersión daba vueltas, de modo que las gotitas de agua
               reflejaban los  rayos  del  sol.  Detrás del  pabellón principal  había un campo  de béisbol, uno de
               fútbol y seis pistas de tenis. En fin, a la residencia no le faltaba nada.
                   El problema era que la envolvía un turbio halo de misterio. La dirigía una fundación poco
               transparente  donde  se  concentraban  individuos  de  extrema  derecha,  y  —a  mis  ojos,  por
               supuesto— la política directiva mostraba una curiosa perversión. Se evidenciaba en los folletos
               informativos para los nuevos residentes y también en el reglamento. «El principio rector de la
               enseñanza consiste en la formación de hombres de talento para servir a la patria.» Ésta era la
               filosofía que regía la fundación de la residencia, y muchos empresarios que comulgaban con ella
               habían  hecho  importantes  donaciones  de  capital...  Así  rezaba  en  la  fachada.  Pero  detrás  se
               escondía algo, cuando menos, sospechoso. Nadie conocía la verdad a ciencia cierta. Había quien
               afirmaba que la fundación era un medio para desgravar impuestos, o pura propaganda, o que la
               construcción de la residencia había sido un mero pretexto, rozando la estafa, para hacerse con
               aquel terreno de primera categoría. Incluso había quien decía que no, que la cosa iba mucho más
               lejos. Según esta última hipótesis, el objetivo de los fundadores era crear un clan subterráneo en
               el mundo de la política y las finanzas entre los antiguos residentes de la institución. Ciertamente,
               había un club de estudiantes privilegiado donde se agrupaba la  élite de los internos y, aunque
               desconozco  los  detalles,  según  parece  se  celebraban  varias  veces  al  mes  una  especie  de
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