Page 5 - Tokio Blues - 3ro Medio
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¡Ah, sí! Me hablaba de un pozo. No sé si existía en realidad o si era alguna imagen o símbolo
que sólo existía para ella. Como tantas otras cosas que, en aquellos días inciertos, entretejía su
mente. Sin embargo, después de que Naoko me hablara del pozo, he sido incapaz de imaginarme
aquel prado sin su existencia. La figura de un pozo que jamás he visto con mis propios ojos está
grabada a fuego en mi mente como parte inseparable del paisaje. Puedo describirlo en sus detalles
más triviales. Se encuentra en la linde donde termina el prado y empieza el bosque. Es un gran
agujero negro de un metro de diámetro que se abre en el suelo, oculto hábilmente entre la hierba.
No lo circunda brocal alguno, ni siquiera un cercado de piedra de una altura prudente. Se trata de
un simple agujero abierto en el suelo. Aquí y allá, las piedras del reborde, expuestas a la lluvia y
al viento, han mudado a un extraño color blancuzco, se han agrietado y han ido desmoronándose.
Unas lagartijas verdes se deslizan entre las grietas. Sé que si me asomo y miro hacia dentro no
veré nada. Es muy profundo. No puedo imaginar cuánto. Y está tan oscuro como si en una
marmita alguien hubiera cocido todas las negruras de este mundo.
—Es muy, pero que muy profundo —decía Naoko escogiendo cuidadosamente las palabras.
Ella hablaba así a veces: muy despacio, buscando los términos adecuados—. Es muy profundo.
Pero nadie sabe dónde se encuentra. Claro que está por allí, en algún sitio. Eso es seguro.
Y, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de tweed, se volvió hacia mí y me
sonrió como diciendo: «¡Es verdad!».
—Tiene que ser muy peligroso —comenté—. Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero
nadie sabe encontrarlo. Si alguien se cae dentro, está perdido.
—Pues sí, está perdido. ¡Catapún! Y se acabó.
—¿Y eso ocurre?
—Quizás una vez cada dos o tres años. Alguien desaparece de repente, y por más que lo
buscan no lo encuentran. Entonces la gente de por aquí dice: «Se habrá caído dentro del pozo».
—¡Vaya! No es una muerte muy agradable que digamos.
—iOh, no! Es una muerte horrible —dijo Naoko sacudiéndose con la mano unas briznas de
hierba de la chaqueta—. Si te rompes el cuello y te mueres sin más, todavía, pero si resulta que
sólo te tuerces el tobillo, o algo parecido, estás perdido. Por más que grites, nadie va a oírte, no
hay esperanza alguna de que nadie te encuentre, los ciempiés y las arañas pululan a tu alrededor,
el suelo está lleno de huesos de personas que han muerto allá dentro, todo está oscuro, húmedo...
Y allá arriba se dibuja un pequeño círculo de luz parecido a la luna en invierno. Y tú vas
muriéndote allí, solo.
—Si lo pienso se me ponen los pelos de punta —dije—. Alguien tendría que buscarlo y
cercarlo.
—Pero nadie puede encontrarlo. Así que ten cuidado y no te apartes del camino.
—No temas. No lo haré.
Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.
—Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes por qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí
de noche con los ojos cerrados, tú jamás te caerías dentro. Seguro. Y a mí, mientras esté contigo,
tampoco me pasará nada.
—¿Jamás?
—Jamás.
—¿Y cómo lo sabes?
—Lo sé. —Naoko asió mi mano con fuerza. Luego siguió andando un rato en silencio—.
Estas cosas las sé muy bien. De pronto las siento, y punto. Por ejemplo, ahora que estoy agarrada
a ti con fuerza, no tengo miedo. Nada puede hacerme daño.
—Entonces es fácil. Basta con que estés siempre así —dije.