Page 6 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 6
—¿Eso... lo dices en serio?
—Desde luego.
Naoko se detuvo. Yo también. Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó
mirándome fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba una
extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí. Después se puso de
puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan cálido y dulce que mi corazón dejó de latir
por un instante.
—Gracias —dijo Naoko.
—De nada —contesté.
—Estoy muy contenta de que me digas eso. —Esbozó una sonrisa triste—. Pero no es
posible.
—¿Por qué?
—Porque no puede ser. Porque es horrible. Eso... —Pero enmudeció y siguió andando en
silencio.
Comprendí que debía de darle vueltas a algo, así que, sin mediar palabra, empecé a andar a
su lado en silencio.
—Porque eso... no es bueno. Ni para ti, ni para mí —prosiguió ella mucho rato después.
—¿Y en qué sentido no lo es? —le pregunté en voz baja.
—Eso de que alguien proteja eternamente a alguien... es imposible. Mira. Suponiendo, ¿eh?,
suponiendo que te casaras conmigo... Tú trabajarías en alguna empresa, ¿no es así? ¿Quién me
protegería mientras tú estuvieses en el trabajo? ¿Y quién me protegería mientras estuvieses de
viaje de negocios? ¿Tengo que estar pegada a ti hasta que me muera? ¿Dónde está la igualdad? A
eso no puede llamarse una relación humana, ¿no te parece? Además, cualquier día acabarías
hartándote de mí. Te preguntarías: «¿Qué es mi vida? ¿Hacer de niñera de esta mujer?». Yo no
quiero eso. No resolvería mis problemas.
—Mis problemas no tienen por qué durar toda la vida. —Posé mi mano en su espalda—.
Algún día acabarán. Y cuando todo haya terminado, bastará con que reconsideremos el asunto.
Bastará con que pensemos qué debemos hacer a partir de entonces. Y ese día tal vez seas tú quien
me ayude a mí. No tenemos por qué vivir haciendo balance. Si tú ahora me necesitas a mí, me
utilizas sin más. ¿Por qué eres tan terca? Relájate. Estás tensa y por eso te lo tomas así. Si te
relajas, te sentirás más ligera.
—¿Por qué dices eso? —La voz de Naoko sonó muy seca.
Al oírla, comprendí que acababa de pronunciar las palabras equivocadas.
—¿Por qué? —repitió Naoko con la vista clavada en el suelo—. Si te relajas, te sientes más
ligero, eso también lo sé yo. No hace ninguna falta que me lo recuerdes. Pero si ahora me relajo
me haré pedazos. Desde hace tiempo he sido incapaz de vivir de otra manera, y todavía lo soy. Si
bajara la guardia, aunque fuera una sola vez, sería incapaz de recomponerme a mí misma. Me
haría pedazos y éstos volarían con un soplo de viento. ¿Cómo puede ser que no lo entiendas?
¿Cómo puedes decir que cuidarás de mí si no comprendes eso?
Enmudecí.
—Me siento mucho más perdida de lo que puedas imaginarte. Perdida entre tinieblas y
hielo... Escucha... ¿Por qué te acostaste conmigo aquel día? ¿Por qué no me dejaste en paz?
Andábamos por un pinar en el más absoluto silencio. En lo alto de una cuesta había
esparcidos los restos de unas cigarras muertas a finales del verano, que crujían bajo nuestros pies.
Naoko y yo cruzamos el pinar despacio, con la mirada fija ante nosotros, como quien busca algo.