Page 186 - Tokio Blues - 3ro Medio
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Efectivamente, no me costó nada localizarla. Llevaba una chaqueta de corte masculino de
tweed, unos pantalones blancos, unas zapatillas de deporte rojas, el pelo tan corto y alborotado
como de costumbre, con las puntas levantándose aquí y allá. Cargaba con una maleta de viaje de
piel marrón en la mano derecha, y una funda de guitarra de color negro en la izquierda. Cuando
me vio, contrajo las arrugas de su rostro en una sonrisa. No pude evitar sonreír. Le llevé la maleta
hasta el andén de la línea Chūō.
—Watanabe, ¿desde cuándo tienes tan mal aspecto? ¿O tal vez ésta es la última moda en
Tokio?
—He estado viajando durante un tiempo. Y no he comido nada que fuera mínimamente
alimenticio —me excusé—. ¿Qué te ha parecido el Shinkansen?
—Horrible. Las ventanas no se abren. Me ha costado sudor y lágrimas comprar algo para
comer en una estación a medio camino.
—Pero dentro del tren había gente vendiendo cosas, supongo.
—¿Te refieres a esos sandwiches caros y asquerosos? Ni siquiera un caballo hambriento
comería esa basura. A mí me gustaba el besugo que vendían en la estación de Gotenba.
—Si hablas así, te tomarán por una vieja.
—¡Y qué más da! Soy vieja —dijo Reiko.
De camino a Kichijōji, Reiko estuvo mirando por la ventanilla del tren la zona de Musashino
con gran curiosidad.
—¿Tanto ha cambiado esto en ocho años? —le pregunté.
—¿Puedes imaginarte cómo me siento en estos momentos?
—No.
—Tengo tanto miedo que siento que voy a enloquecer —reconoció Reiko—. No sé qué debo
hacer. Parece que me hayan soltado aquí, sola. La expresión «siento que voy a enloquecer» no
tiene desperdicio, ¿no te parece?
Le tomé la mano, entre risas.
—Tranquila. Todo irá bien. Además, has logrado salir de allí por tu propio pie.
—No, no ha sido gracias a mí —dijo Reiko—. Lo he conseguido gracias a Naoko y a ti. Sin
Naoko, no soportaba permanecer en ese sitio. Además, necesitaba venir a Tokio y hablar contigo.
Por eso me he marchado. Si no hubiera sucedido nada, tal vez me hubiera quedado allí para
siempre.
Asentí a sus palabras.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Iré a Asahikawa. ¿Oyes? ¡A Asahikawa! —exclamó—. Una amiga mía del conservatorio
tiene allí una escuela de música y ya hace dos o tres años que me está insistiendo para que le eche
una mano. Hasta ahora había declinado la oferta diciéndole que detesto el frío. Lógico, ¿no? A
uno no se le ocurre, cuando finalmente se ve libre, ir a parar a un sitio como Asahikawa. Aquello
es como un agujero.
—¡Exageras! —Me reí—. He estado allí una vez y no está mal. Tiene su interés.
—¿De verdad?
—Sí. Es mejor que estar en Tokio. Eso te lo aseguro.
—En fin, no tengo otro lugar adonde ir, y ya he enviado allí mis cosas —explicó—.
Watanabe, ¿vendrás a visitarme?
—Claro. Pero ¿te vas a Asahikawa enseguida o antes piensas quedarte un tiempo en Tokio?
—Sí, me quedaré dos o tres días. ¿Podría alojarme en tu casa? No te molestaré.
—No hay problema. Yo puedo dormir en el saco de dormir, dentro del armario.
—Me sabe mal.