Page 184 - Tokio Blues - 3ro Medio
P. 184
muerto. Estaba tan triste que vagaba de un lugar a otro. Él me compadeció de todo corazón. Y
trajo de su casa una botella grande de sake y dos vasos.
Bebí en su compañía en aquella playa barrida por el viento.
—A los dieciséis años, yo también perdí a mi madre —me dijo el pescador.
Me contó que su madre, a pesar de no haber gozado de buena salud, se había matado
trabajando de la mañana a la noche. Yo lo escuchaba abstraído, asintiendo de vez en cuando. Sus
palabras parecían llegarme de un mundo lejano. «¿Y a mí qué me importa?», pensé. Me enfurecí
y de repente me asaltó un violento impulso de rodearle el cuello con mis manos y estrangularlo.
«¿Qué me importa lo que le haya pasado a tu madre? ¡Yo he perdido a Naoko! ¡Un cuerpo tan
hermoso como el suyo ya no está en este mundo! ¿Cómo te atreves a hablarme de tu madre?»
Pero la ira se disipó muy pronto. Cerré los ojos y escuché sin escuchar, distraído, la
interminable historia del pescador. Poco después me preguntó si ya había cenado. Le respondí
que no, pero que en la mochila llevaba pan, queso, tomates y chocolate. Me preguntó qué había
comido al mediodía.
—Pan, queso, tomates y chocolate —le respondí.
Entonces me dijo que esperara y se fue. Intenté detenerlo, pero él desapareció a toda prisa en
la oscuridad.
Me quedé bebiendo solo. La arena estaba cubierta de restos de petardos; las olas rompían en
la playa con un bramido salvaje. Un perro flaco se acercó moviendo la cola y se quedó rondando
alrededor de la pequeña hoguera que había encendido, con aire de estar preguntándose si
conseguiría comida; al comprender que no se alejó, resignado.
Media hora después, el joven pescador volvió con dos cajas de sushi y otra botella de sake.
—Cómete primero ésta —me dijo señalando la caja de encima—. En la de debajo hay
27
norimaki e inarizushi , que aguantarán hasta mañana.
Se sirvió sake y me llenó el vaso. Tras beber todo el alcohol que fuimos capaces de soportar,
me propuso que pasara la noche en su casa, pero al decirle que prefería dormir allí, no insistió. Al
despedirnos, se sacó del bolsillo un billete de cinco mil yenes y lo metió en el bolsillo de mi
camisa diciendo que, con aquel dinero, debía comprarme algo nutritivo, porque tenía muy mala
cara. Lo rechacé aduciendo que ya había hecho demasiado por mí, que sólo faltaba que me diera
dinero, pero él no quiso tomarlo.
—No es dinero, son mis sentimientos. Acéptalo sin darle más vueltas.
No pude hacer otra cosa que darle las gracias y aceptarlo.
En cuanto el pescador se marchó, me acordé de la primera chica con la que me acosté, en
tercero de bachillerato. Sentí escalofríos al pensar en lo grosero que había sido con ella. Apenas
había tenido en cuenta lo que ella pensaba, lo que sentía, si podía herirla. Y hasta aquel instante
no había vuelto a recordarla. Era una chica muy cariñosa. Pero yo en aquella época daba la
dulzura por sentada. «¿Qué estará haciendo ahora?», pensé. «¿Me habrá perdonado?»
Sentí náuseas y vomité junto al casco del barco abandonado. Tenía la cabeza embotada por el
alcohol y me sentía muy mal por haber mentido al pescador y haber aceptado su dinero. Pensé
que ya iba siendo hora de volver a Tokio.
No podía seguir llevando aquella vida indefinidamente, hasta la eternidad. Enrollé mi saco de
dormir, lo guardé en la mochila, que me eché a la espalda, me dirigí a la estación de los
ferrocarriles nacionales y allí le pregunté al empleado cómo podía llegar a Tokio lo antes posible.
Consultó los horarios y me dijo que si lograba enlazar con varios trenes nocturnos, llegaría a
27 Norimaki es arroz enrollado en alga marina. Inarizushi es una pasta de soja frita rellena de arroz con vinagre. (N.
de la T.)