Page 178 - Tokio Blues - 3ro Medio
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—Vaya, me sorprendes. Hay un montón de cosas que no sabes —comentó Midori—. Creía
               que lo sabías todo de este mundo.
                   —El mundo es muy grande —repuse.
                   —Las montañas son altas; los océanos, profundos. —Midori metió la mano por debajo del
               albornoz y me agarró el pene erecto. Contuvo la respiración—. Watanabe, me sabe mal, pero esto
               no puede ser. Una cosa tan grande y tan dura no me cabe dentro. Imposible.
                   —¿Bromeas? —Suspiré.
                   —Sí. —Midori ahogó una risita—. No hay problema. Tranquilo. Creo que me cabe. ¿Puedo
               mirarlo?
                   —Haz lo que te plazca —dije.
                   Ella desapareció bajo las sábanas y estuvo un rato jugueteando con mi pene. Tirando de la
               piel, sopesando los testículos con la palma de su mano. Luego asomó la cabeza entre las sábanas
               y tomó aire.
                   —¡Me encanta! ¡Y no es un cumplido! —exclamó.
                   —Gracias —agradecí educadamente.
                   —Pero no quieres hacerlo hasta que tengas las cosas claras.
                   —No es que no quiera... Me muero de ganas de hacerlo. Pero creo que no debo.
                   —Eres un cabezota. Yo de ti lo haría, y punto. Y una vez hubiese terminado, pensaría.
                   —¿Hablas en serio?
                   —No —susurró Midori—. Yo, en tu lugar, no lo haría. Esto es lo que me gusta de ti. Me
               gusta mucho, muchísimo.
                   —¿Cuánto te gusto? —le pregunté.
                   Pero ella, en vez de responder, pegó su cuerpo al mío, posó sus labios sobre mis pezones y
               empezó a mover despacio la mano con que me asía el pene. Lo primero que noté fue que Midori
               y  Naoko  movían  la  mano  de  forma  muy  distinta.  Los  movimientos  de  ambas  eran  dulces,
               maravillosos, pero diferentes.
                   —Watanabe, ¿estás pensando en la otra chica?
                   —No, no estoy pensando en ella —mentí.
                   —¿De verdad?
                   —Sí.
                   —En momentos así, no pienses en otras mujeres, ¿vale?
                   —No podría —dije.
                   —¿Quieres acariciarme los pechos, o ahí abajo? —me preguntó Midori.
                   —Me  encantaría,  pero  creo  que  es  mejor  que  no  lo  haga.  Tantos  estímulos  a  la  vez  son
               excesivos para mí.
                   Midori asintió y, entre las sábanas, se quitó las bragas y las puso en la punta de mi pene.
                   —Puedes echarlo aquí.
                   —Se te ensuciarán.
                   —No digas chorradas. Se me saltarán las lágrimas... —Midori puso voz lacrimosa—. Bastará
               con lavarlas. Así que no te reprimas y suelta todo lo que quieras. Si tanto te preocupa, me regalas
               unas nuevas. O quizá no quieres porque son mías.
                   —¡Pero qué dices!
                   —Córrete. ¡Vamos! ¡Adelante!
                   Después de eyacular, estuvo estudiando mi semen.
                   —¡Has sacado mucho! —exclamó admirada.
                   —¿Demasiado?
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