Page 254 - La Odisea alt.
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Contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Desde luego, yo te lo voy a contar todo punto por punto. Soy de Alibante,
               donde habito una ilustre mansión, e hijo del soberano Afidante Polipemónida.
               Y mi nombre es Epérito. Pero un dios me desvió de Sicania para traerme aquí
               contra mi voluntad. Mi nave está varada ahí, frente a estos campos, lejos de la
               ciudad. Por otra parte, éste es ya el quinto año desde aquel en que de allí partió
               Odiseo y dejó atrás mi tierra patria. ¡Desdichado! Pero los augurios le eran

               favorables, diestros. Contento con ellos yo lo despedía, y también él zarpaba
               alegre en su partida. Nuestro ánimo confiaba en que aún nos reuniríamos e
               intercambiaríamos regalos espléndidos gracias a nuestra hospitalidad».

                   Así habló, y al otro le envolvió la nube negra de la pena. Cogiendo con sus
               manos el polvo ceniciento lo vertía sobre su cabeza, entre densos sollozos. A
               Odiseo se le acongojó el ánimo, y le subió a las narices un amargo regusto al
               ver así a su padre. Se abalanzó a besarle y abrazarle mientras le decía:


                   «¡Soy yo, estoy aquí, padre, soy ese por el que tú preguntas! He vuelto a
               los  veinte  años  a  mi  tierra  patria.  Conque  contén  el  llanto  y  tus  sollozos  y
               lágrimas. Te lo voy a explicar, y conviene hacerlo enseguida. He matado a los
               pretendientes  en  mi  palacio,  vengándome  de  su  infamante  ultraje  y  sus
               malignos actos».


                   Le respondía, a su vez, Laertes, que dijo:

                   «Si es cierto que has vuelto, Odiseo, hijo mío, dame una seña evidente,
               para que me quede convencido».

                   Respondiéndole dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Primero observa con tus ojos esta herida, la que me causó en el Parnaso
               un jabalí de blanco colmillo cuando anduve por allí. Me habíais enviado tú y
               mi  señora  madre  en  pos  de  Autólico,  el  querido  padre  de  mi  madre,  para

               recoger  los  regalos  que,  en  su  visita  aquí,  me  había  prometido  y  guardado.
               Pero, además, deja que te hable de los árboles de este bien cultivado huerto
               que antaño me diste, y que yo cada vez te pedía cuando era niño, mientras te
               acompañaba por el majuelo. Paseábamos entre ellos, y tú me los nombrabas
               uno por uno. Me diste trece perales y diez manzanos, y cuarenta higueras. De
               igual manera prometiste darme cincuenta ringleras de vides, que maduraban
               unas  tras  otras,  pues  hay  aquí  racimos  de  uvas  muy  varias,  cuando  las

               estaciones de Zeus las hacen madurar desde el cielo».

                   Así habló, y a su padre le flojearon las rodillas y el corazón, al reconocer
               las señas tan claras que le dio Odiseo. Alrededor de su querido hijo tendió los
               brazos, y el muy sufrido divino Odiseo lo recogió medio desfallecido. Después
               que se hubo reanimado y recuperó el ánimo en su pecho de nuevo, respondió a
               sus palabras y dijo:
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