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retorno, de no ser por Atenea, la hija de Zeus portador de la égida, que clamó
con un alarido y detuvo a toda la tropa.
«¡Parad, itacenses, la mortífera refriega, y así, sin más sangre, separaos
enseguida!».
Así dijo Atenea. A ellos los dominó el pálido terror. De las manos de todos,
asustados, se desprendieron las armas y cayeron al suelo todas, al dar su grito
la diosa. Y comenzaron a regresar a la ciudad, contentos de seguir con vida.
Un tremendo grito de ataque dio el muy sufrido divino Odiseo y avanzó con
un salto, como un águila de elevado vuelo. Pero al punto el Crónida lanzó un
fulminante rayo, que cayó delante de Atenea de glaucos ojos. Y entonces la
diosa de ojos glaucos, Atenea, le dijo a Odiseo:
«Laertíada de estirpe divina, Odiseo de muchos ardides, párate, calma esa
furia de guerra que a todos se extiende, no sea que se quede irritado contigo
Zeus de voz tonante».
Así habló Atenea, y él la obedeció, y quedó alegre en su ánimo. Y, de
nuevo, aseguró los juramentos entre unos y otros Palas Atenea, la hija de Zeus
portador de la égida, que se mostraba allí semejante a Méntor en su figura y su
voz.