Page 253 - La Odisea alt.
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llevas una vejez lastimosa, vas bastante desaliñado y vistes ropas míseras. No
               es por tu desidia por lo que te descuida tu amo, ni nada servil se ve en ti, al
               contemplarte  en  tu  aspecto  y  complexión.  Te  pareces  más  bien  a  un  rey.  A
               alguien así le conviene, después de darse un baño y comer, dormir en blando
               lecho.  Tal  es,  pues,  la  costumbre  de  los  viejos.  Ea  pues,  dime  esto  y
               cuéntamelo en detalle: ¿de qué hombre eres esclavo?, ¿para quién cuidas el

               huerto? Y respóndeme también a esto verazmente, para que yo me entere bien.
               ¿Es  que  de  verdad  hemos  llegado  a  Ítaca,  según  me  ha  asegurado  al  venir
               hacia acá un tipo que me encontré hace un momento, no muy en sus cabales,
               que no atinó a decírmelo a las claras ni a responder a mis palabras cuando le
               preguntaba  por  un  huésped  mío,  si  vive  y  está  en  algún  lugar,  o  si  ya  ha
               muerto y está en la mansión de Hades? Te lo aclararé, tú atiende y escúchame.


                   »Una vez hospedé en mi querida tierra patria a un hombre recién llegado a
               mi hogar, y nunca mortal alguno de los forasteros de lejanas tierras llegó más
               grato a mi casa. Afirmaba que su familia era de Ítaca y decía que su padre era
               Laertes,  hijo  de  Arcisio.  Yo  lo  llevé  a  mi  casa  y  le  ofrecí  buen  hospedaje,
               tratándole como amigo generosamente, con lo mucho que había en mi morada,
               y le di dones de hospitalidad, como era adecuado. Le obsequié siete talentos
               de oro bien labrado, le regalé una crátera toda de plata con adornos florales,

               doce cobertores sencillos y otras tantas alfombras, otros tantos bellos mantos y
               con  ellos  igual  número  de  túnicas,  y,  además,  cuatro  hermosas  mujeres
               expertas en finísimas labores, las que él mismo decidió elegir».

                   Respondióle luego su padre, derramando llanto:

                   «Extranjero, has llegado a la tierra por la que preguntas, pero detentan su
               dominio  hombres  insensatos  y  violentos.  Regalaste  en  vano  tantos  dones,

               ofreciéndolos en montón. Si a ése lo hubieras encontrado vivo en el pueblo de
               Ítaca, entonces, correspondiendo bien a tus regalos, te habría tratado a su vez
               con  magnífica  hospitalidad,  pues  es  lo  justo,  que  uno  corresponda.  Pero,
               venga,  dime  esto  y  explícamelo  en  detalle.  ¿Qué  años  hace  desde  que
               hospedaste  a  aquél,  a  ese  huésped  infeliz,  mi  hijo,  si  alguna  vez  fue?
               ¡Desdichado!  Que,  en  algún  lugar,  lejos  de  los  suyos  y  de  su  tierra  patria,
               acaso en el mar lo devoraron los peces, o tal vez en tierra firme fue presa de

               las fieras y las aves de rapiña. Ni lo plañió su madre después de amortajarlo ni
               su padre, los que lo engendramos. Ni su esposa, lograda con muchos regalos
               de  boda,  la  sensata  Penélope,  entonó  en  el  lecho  el  planto  fúnebre  por  su
               esposo,  como  convenía,  después  de  cerrarle  los  ojos.  Ése  es  el  homenaje
               debido a los muertos.

                   »Y dime de verdad esto, para que me entere bien: ¿quién eres, de dónde, de
               qué gente? ¿Dónde tienes tu ciudad y tus padres? ¿Dónde está varada la nave

               rauda que te trajo a ti y a tus divinos compañeros? ¿Acaso como pasajero has
               llegado en nave de otros y ellos te desembarcaron y zarparon?».
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