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cálidas vertían los aqueos y por ti se cortaban sus cabelleras. Y del mar surgió
tu madre con las diosas marinas al escuchar la noticia. Y un clamor se iba
extendiendo sobre el mar, un divino clamor, y se estremecieron todos los
aqueos. Entonces se habrían precipitado a subir a sus cóncavas naves si no los
hubiera contenido un hombre sabedor de muchas y antiguas experiencias,
Néstor, cuyo consejo ya antes era considerado el mejor. Éste, con amistosos
sentimientos, tomó la palabra y dijo:
»“¡Deteneos, argivos! ¡No huyáis, hijos de los aqueos! ¡La que viene del
mar con las diosas marinas es la madre de Aquiles, que acude al encuentro con
su hijo muerto!”.
»Así habló, y se contuvieron el miedo los magnánimos aqueos. A tus lados
se alinearon las hijas del Viejo del mar, llorando su pena, y te vistieron con
ropas inmortales. Las nueve Musas en un cántico alternado con hermosa voz
entonaban los trenos. Allí no habrías visto a ninguno de los argivos que no
llorara. A tal punto los conmovía la melodiosa musa. Durante diecisiete
noches y días seguidos por ti lloramos las divinidades inmortales y los
hombres mortales. Y a la decimoctava te entregamos al fuego. En tu honor
sacrificamos muchas ovejas muy pingües y vacas de curvos cuernos. Fuiste
quemado con ropas de dioses y con abundante óleo y dulce miel. Muchos
héroes aqueos corrieron con sus armas en torno a la ardiente pira, a pie y a
caballo. Enorme estrépito se produjo. Luego, cuando ya te había consumido el
ardor de Hefesto, al alba recogimos tus blancos huesos, Aquiles, y los
conservamos en vino puro y en aceite. Tu madre nos proporcionó un ánfora de
oro. Regalo de Dioniso dijo que era, y obra del muy famoso Hefesto.
»En ella yacen tus blancos huesos, ilustre Aquiles, mezclados con los de
Patroclo, el hijo de Menecio, ya muerto, y aparte de los de Antíloco, al que tú
apreciabas por encima de los demás compañeros, una vez muerto Patroclo.
Junto a ellos te construimos un grande y perfecto túmulo el sagrado ejército de
los lanceros aqueos, en un promontorio de la ribera, cara al ancho Helesponto,
para que fuera visible desde lejos a los hombres de la mar, a cuantos ahora
existen y a quienes vendrán después. Tu madre solicitó a los dioses
espléndidos premios y los puso en medio del certamen para los mejores de los
aqueos. Has presenciado antes el funeral de muchos otros héroes, cada vez
que, a la muerte de un rey, los jóvenes se aprestan para la competición y se
disponen a los juegos fúnebres. Pero te habrías admirado muchísimo al
contemplar qué espléndidos premios aportó en tu honor la diosa Tetis de pies
de plata. Fuiste, desde luego, muy querido a los dioses. Así tú ni siquiera al
morir perdiste tu renombre, sino que conservarás tu fama entre todas las
gentes, Aquiles. En cambio, a mí ¿qué placer me dio el haber concluido la
guerra? A mi regreso, en efecto, Zeus me deparó una muerte cruel a manos de
Egisto y de mi maldita esposa».