Page 258 - La Odisea alt.
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precipitándose desde las cimas del Olimpo.

                   Cuando  ya  habían  ellos  saciado  el  apetito  de  sabrosa  comida,  tomó  la
               palabra el muy sufrido divino Odiseo:

                   «Que alguno salga a ojear si acaso ya se están acercando».

                   Así habló. Salió uno de los hijos de Dolio, según sus órdenes, se paró al
               cruzar el umbral y los vio a todos ya cerca. Al momento dirigió a Odiseo sus
               palabras aladas:


                   «Ya avanzan ellos cerca. Conque armémonos a toda prisa».

                   Así dijo. Ellos se aprestaron y revistieron sus armas, los cuatro que iban
               con Odiseo y los seis hijos de Dolio. También Laertes y Dolio tomaron las
               armas, aunque eran ya canosos, combatientes por necesidad. Luego, en cuanto
               se hubieron equipado sus cuerpos con el brillante bronce, abrieron las puertas
               y salieron. Al frente iba Odiseo.

                   A su lado acudió la hija de Zeus, Atenea, que se asemejaba a Méntor en la

               figura y la voz. Al verla se alegró el muy sufrido divino Odiseo, y al punto
               habló a su querido hijo Telémaco:

                   «Telémaco, vas a demostrar ahora, encontrándote tú mismo en el combate
               guerrero donde se distinguen los mejores, que no desluces en nada la estirpe
               de tus padres, que desde antaño nos hemos distinguido en toda la tierra por
               nuestro valor y hombría».


                   Le respondió, a su vez, el juicioso Telémaco:

                   «Vas  a  ver,  si  estás  dispuesto,  querido  padre,  que  por  mi  coraje  no
               avergonzaré a tu estirpe, como me exiges».

                   Así habló, Laertes se regocijó y dijo estas palabras:

                   «¡Qué gran día es éste para mí, queridos! ¡Cuánto me alegro! ¡Mi hijo y el
               hijo de mi hijo rivalizan en valor!».

                   Llegó junto a él Atenea de ojos glaucos y le dijo:

                   «¡Arcisíada,  el  más  querido  con  mucho  de  mis  camaradas,  invoca  a  la

               virgen de ojos glaucos y a Zeus Padre, blande bien y arroja pronto tu lanza de
               larga sombra!».

                   Así habló y le infundió gran impulso Palas Atenea. Invocando pues a la
               hija del gran Zeus, blandió luego y arrojó la lanza de larga sombra, y alcanzó a
               Eupites sobre el casco de mejillas de bronce. Éste no detuvo el golpe, sino que
               la lanza lo atravesó. Retumbó al caer y sobre él resonaron sus armas. Atacaron

               a los de la primera fila Odiseo y su ilustre hijo. Los golpeaban con sus espadas
               y  sus  picas  de  doble  filo.  Y  allí  los  habrían  matado  a  todos  y  privado  de
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