Page 255 - La Odisea alt.
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«¡Padre  Zeus,  en  verdad  que  aún  veláis  los  dioses  en  el  vasto  Olimpo,
               puesto  que  definitivamente  los  pretendientes  han  pagado  su  desenfrenada
               soberbia! Pero ahora siento temor en mi ánimo de que a toda prisa todos los
               itacenses acudan aquí, y por doquier se difundan esas noticias a las ciudades
               de Cefalonia».

                   Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:


                   «No temas. Que eso no te preocupe en la mente. Mas vayamos a la casa
               que está junto al huerto. Allí envié por delante a Telémaco y al vaquero y al
               porquerizo, para que nos prepararan pronto la comida».

                   Charlando  así  los  dos  se  dirigieron  a  la  hermosa  casa.  Al  llegar  a  las
               confortables  estancias  hallaron  a  Telémaco,  al  vaquero  y  al  porquerizo  que
               troceaban  abundantes  carnes  y  mezclaban  el  vino  rojizo.  Para  la  ocasión  la
               esclava siciliana bañó y ungió con aceites al magnánimo Laertes ya dentro de

               la casa, y le vistió con una hermosa túnica. A su vez Atenea acudió a su vera y
               revigorizó a este pastor de pueblos y lo dejó más erguido y robusto que antes
               en su aspecto. Al salir de la bañera lo contempló admirado y con asombro su
               querido hijo, al verlo semejante en su aspecto a los dioses inmortales.

                   Dirigiéndose a él le decía estas palabras aladas:

                   «¡Padre,  sin  duda  alguno  de  los  dioses  que  existen  para  siempre  te  ha
               hecho de aspecto más hermoso en tu figura y tu porte!».


                   A su vez le replicaba el juicioso Laertes:

                   «¡Ojalá, pues, Zeus Padre, Atenea y Apolo, tal como era cuando conquisté
               Nérico,  ciudadela  bien  fortificada,  en  la  ribera  del  continente,  cuando  yo
               acaudillaba a los cefalenios, tal hubiera sido yo ayer en palacio con armas en
               mis hombros para enfrentarme y ayudarte contra los pretendientes! ¡Entonces
               habría  hecho  doblar  las  rodillas  de  muchos  en  las  salas  y  tú  te  habrías

               reconfortado en tu ánimo!».

                   Así hablaban en estos términos uno con otro. Luego que hubieron acabado
               su tarea y dispuesto la comida, uno tras otro se sentaron en las sillas y bancos.
               Se pusieron entonces a comer. Pero en ese momento llegó el viejo Dolio, y con
               él los hijos del anciano, presurosos desde el campo, porque los había llamado
               a toda prisa su madre, la vieja siciliana, que les daba de comer y los atendía
               solícitamente, aunque entrada en la vejez.

                   Así  que,  apenas  vieron  a  Odiseo  y  le  reconocieron  en  su  ánimo,  se

               detuvieron  estupefactos  en  el  pórtico.  Entonces  Odiseo  se  les  acercó  y  con
               amables palabras les dijo:

                   «Anciano, siéntate a comer, y dejad la expresión de asombro. Hace ya rato
               que estamos preparados para echar mano a la comida y os aguardábamos en
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