Page 245 - La Odisea alt.
P. 245

desde un comienzo, su funesta locura, que para nosotros fue el principio de

               nuestra pesadumbre.

                   »Pero ahora, cuando ya has revelado las señas muy evidentes de nuestro
               lecho,  que  ningún  otro  mortal  había  visto,  sino  solos  tú  y  yo,  y  una  única
               sierva,  Actóride,  que  me  dio  mi  padre  cuando  me  vine  aquí,  la  que  estuvo
               velando  a  las  puertas  de  nuestro  sólido  tálamo,  has  persuadido  mi  ánimo,
               aunque era muy inflexible».


                   Así  habló,  y  a  él  todavía  más  le  suscitó  el  ansia  de  llorar.  Y  lloraba
               abrazando a su dulce esposa, de sagaz pensamiento. Como cuando se muestra
               la tierra ansiada ante los nadadores a los que Poseidón les destrozó la ágil nave
               en  alta  mar,  atropellada  por  el  vendaval  y  el  denso  oleaje,  y  tan  sólo  unos
               pocos escaparon del espumoso mar nadando hacia la tierra firme, con el salitre
               incrustado en la piel, y alcanzaron ansiosos la tierra, huidos de la muerte, así
               de anhelado llegaba para ella su esposo, ahora ante sus ojos. No desprendía

               nunca de su cuello sus blancos brazos, y en medio de sus sollozos le habría
               llegado la Aurora de rosáceos dedos, de no ser porque otra cosa ideó la diosa
               de glaucos ojos, Atenea. Contuvo los márgenes de la larga noche, y a la par
               retenía  a  la  Aurora  de  áureo  trono  junto  al  océano,  sin  dejarla  uncir  sus
               caballos de raudas patas, Lampo y Faetonte, los corceles que transportan a la

               Aurora, para llevar la luz a los humanos.

                   Fue entonces cuando a su esposa le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Ah, mujer, aún no hemos llegado al final de todas las pruebas. Porque
               todavía,  en  el  futuro,  tendré  otra  aventura  imprevisible,  tremenda  y  muy
               difícil, que debo yo cumplir por entero. Porque así me lo profetizó el alma de
               Tiresias en el día aquel, en que descendí al interior de las moradas de Hades,
               cuando indagaba el regreso de mis compañeros y el mío propio. Pero, venga,

               vámonos  a  la  cama,  mujer,  para  que  por  fin  nos  acostemos  y  gocemos  del
               dulce sueño».

                   Le contestó, a su vez, la muy prudente Penélope:

                   «Tendrás, en efecto, la cama cuando quieras, según tu deseo, ya que los
               dioses te concedieron llegar a tu hogar bien fundado y a tu tierra patria. Pero,
               ya  que  lo  has  mencionado,  y  un  dios  lo  sugirió  a  tu  ánimo,  dime  a  mí  esa

               aventura, vamos, porque también luego, pienso, he de enterarme y no es peor
               que la sepa de antemano».

                   Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «¡Testaruda! ¿A qué de nuevo me apremias e invitas a decírtela? Bueno, te
               la contaré y no la voy a ocultar. Tu ánimo no quedará tranquilo, ni tampoco yo
               mismo  me  alegro,  ya  que  se  me  ordenó  visitar  muchas  ciudades  y  gentes,
               llevando  en  mis  manos  un  manejable  remo,  hasta  llegar  hasta  quienes  no
   240   241   242   243   244   245   246   247   248   249   250