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habló de Circe, de su engaño y su magia, y de cómo viajó hasta la brumosa
morada de Hades, para consultar al alma del tebano Tiresias en su nave de
muchos remos, y allí vio a todos sus compañeros de antaño, y a su madre, la
que lo había dado a luz y criado de niño. Y cómo escuchó la voz de las Sirenas
de penetrante canto, y cómo alcanzó las Rocas Errantes y la terrorífica
Caribdis, y Escila, que nunca antes los hombres pasaron de largo con vida. Y
de cómo sus compañeros mataron unas vacas de Helios, y después a su rauda
nave la asestó un rayo fulminante Zeus que atruena en lo alto, y perecieron sus
bravos compañeros todos de golpe, mientras que él se libró de las malignas
diosas de la muerte. Y de cómo llegó a la isla de Ogigia y la ninfa Calipso, que
allí le retuvo, ansiosa de que fuera su esposo en sus cóncavas cuevas, y le
alimentó y le prometía hacerle inmortal e inmune a la vejez para siempre; pero
jamás logró persuadir a su ánimo en su pecho. Y de cómo, tras muchos
padecimientos, llegó hasta los feacios, los cuales, desde luego, le honraron
generosamente como a un dios, y lo transportaron en un navío hasta su querida
tierra patria, después de obsequiarlo con bronce, oro abundante y ropajes. Ésas
fueron sus últimas frases, cuando lo invadió el sueño que relaja los miembros
y disuelve las tensiones del ánimo.
Más tarde otra cosa planeó la diosa de glaucos ojos, Atenea, cuando ya
pensó que Odiseo había disfrutado en su ánimo de la cama con su mujer y del
sueño. Al punto hizo emerger del océano a la diosa de la mañana, la del bello
trono, para que aportara la luz a los humanos. Y se levantó Odiseo de su
blando lecho y a su mujer le dijo estas palabras:
«Mujer, ya estamos ambos compensados de nuestros muchos pesares, y tú
de llorar aquí por mi muy penoso regreso, cuando a mí Zeus y los demás
dioses me retenían lejos, anhelante de mi tierra patria. Ahora que ambos nos
hemos reunido en el anhelado lecho, cuida tú de los bienes que me pertenecen
en la casa, que por las muchas reses que los soberbios pretendientes me
gastaron, muchas traeré yo como botín, y con otras me compensarán los
aqueos, hasta llenar de nuevo todos mis establos. Pero ahora voy a irme al
campo de buena arboleda para ver a mi noble padre, que por mí está muy a
fondo angustiado. A ti, mujer, que tan sensata eres, te aconsejo lo siguiente.
Ahora muy pronto, apenas salga el sol, se extenderá la noticia acerca de los
pretendientes, de que les di muerte en el palacio. Refúgiate en las habitaciones
de arriba con las mujeres de tu servicio, y quédate allí, sin tratar de ver a nadie
ni de responder a nada».
Dijo, y se puso sobre sus hombros la bella armadura, y mandó a Telémaco,
al vaquero y al porquerizo, que todos tomaran en sus manos las armas de
guerra. Ellos no le desobedecieron, se calaron las corazas de bronce, abrieron
las puertas y salieron. Al frente marchaba Odiseo. Ya había luz sobre la tierra,
pero a ellos envueltos en noche los sacaba Atenea de la ciudad.