Page 247 - La Odisea alt.
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habló de Circe, de su engaño y su magia, y de cómo viajó hasta la brumosa

               morada de Hades, para consultar al alma del tebano Tiresias en su nave de
               muchos remos, y allí vio a todos sus compañeros de antaño, y a su madre, la
               que lo había dado a luz y criado de niño. Y cómo escuchó la voz de las Sirenas
               de  penetrante  canto,  y  cómo  alcanzó  las  Rocas  Errantes  y  la  terrorífica
               Caribdis, y Escila, que nunca antes los hombres pasaron de largo con vida. Y

               de cómo sus compañeros mataron unas vacas de Helios, y después a su rauda
               nave la asestó un rayo fulminante Zeus que atruena en lo alto, y perecieron sus
               bravos compañeros todos de golpe, mientras que él se libró de las malignas
               diosas de la muerte. Y de cómo llegó a la isla de Ogigia y la ninfa Calipso, que
               allí  le  retuvo,  ansiosa  de  que  fuera  su  esposo  en  sus  cóncavas  cuevas,  y  le
               alimentó y le prometía hacerle inmortal e inmune a la vejez para siempre; pero
               jamás  logró  persuadir  a  su  ánimo  en  su  pecho.  Y  de  cómo,  tras  muchos

               padecimientos,  llegó  hasta  los  feacios,  los  cuales,  desde  luego,  le  honraron
               generosamente como a un dios, y lo transportaron en un navío hasta su querida
               tierra patria, después de obsequiarlo con bronce, oro abundante y ropajes. Ésas
               fueron sus últimas frases, cuando lo invadió el sueño que relaja los miembros
               y disuelve las tensiones del ánimo.

                   Más  tarde  otra  cosa  planeó  la  diosa  de  glaucos  ojos,  Atenea,  cuando  ya

               pensó que Odiseo había disfrutado en su ánimo de la cama con su mujer y del
               sueño. Al punto hizo emerger del océano a la diosa de la mañana, la del bello
               trono,  para  que  aportara  la  luz  a  los  humanos.  Y  se  levantó  Odiseo  de  su
               blando lecho y a su mujer le dijo estas palabras:

                   «Mujer, ya estamos ambos compensados de nuestros muchos pesares, y tú
               de  llorar  aquí  por  mi  muy  penoso  regreso,  cuando  a  mí  Zeus  y  los  demás
               dioses me retenían lejos, anhelante de mi tierra patria. Ahora que ambos nos

               hemos reunido en el anhelado lecho, cuida tú de los bienes que me pertenecen
               en  la  casa,  que  por  las  muchas  reses  que  los  soberbios  pretendientes  me
               gastaron,  muchas  traeré  yo  como  botín,  y  con  otras  me  compensarán  los
               aqueos,  hasta  llenar  de  nuevo  todos  mis  establos.  Pero  ahora  voy  a  irme  al
               campo de buena arboleda para ver a mi noble padre, que por mí está muy a

               fondo angustiado. A ti, mujer, que tan sensata eres, te aconsejo lo siguiente.
               Ahora muy pronto, apenas salga el sol, se extenderá la noticia acerca de los
               pretendientes, de que les di muerte en el palacio. Refúgiate en las habitaciones
               de arriba con las mujeres de tu servicio, y quédate allí, sin tratar de ver a nadie
               ni de responder a nada».

                   Dijo, y se puso sobre sus hombros la bella armadura, y mandó a Telémaco,
               al  vaquero  y  al  porquerizo,  que  todos  tomaran  en  sus  manos  las  armas  de

               guerra. Ellos no le desobedecieron, se calaron las corazas de bronce, abrieron
               las puertas y salieron. Al frente marchaba Odiseo. Ya había luz sobre la tierra,
               pero a ellos envueltos en noche los sacaba Atenea de la ciudad.
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