Page 240 - La Odisea alt.
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azufre.  Enseguida  Odiseo  azufró  bien  la  gran  sala,  la  casa  y  el  patio.  Y  la
               anciana recorrió toda la hermosa mansión de Odiseo para dar la noticia a las
               mujeres y mandarlas presentarse. Ellas salieron del salón con una antorcha en
               las manos, y empezaron a rodear y abrazar a Odiseo, y le besaban la cabeza y
               los hombros, mostrando su afecto, y le acariciaban las manos. A él le inundaba
               un dulce deseo de sollozos y llanto. Las reconocía en su recuerdo a todas.




                                                   CANTO XXIII



                   La anciana subió a las habitaciones superiores riendo de gozo para decirle
               a su señora que estaba en la casa su querido esposo. Sus rodillas se movían
               ágiles  y  sus  pies  brincaban.  Se  detuvo  junto  a  su  cabezal  y  le  dijo  estas
               palabras:

                   «Despierta,  Penélope,  hija  querida,  para  que  veas  con  tus  ojos  lo  que

               anhelas todos los días. Volvió Odiseo y, aunque regresa tarde, ya ha llegado a
               la  casa.  Acabó  con  los  soberbios  pretendientes  que  asediaban  tu  hogar  y
               devoraban tus bienes y oprimían a tu hijo».

                   A ella al momento la contestó la muy prudente Penélope:

                   «Querida  aya,  ¿te  han  enloquecido  los  dioses,  que  pueden  convertir  a
               cualquiera  en  loco,  por  muy  sensato  que  sea,  y  devolver  la  cordura  a  un

               insensato?  Ellos,  sin  duda,  te  han  trastornado.  Antes  eras  de  mente  cuerda.
               ¿Por qué te burlas de mí que tengo el corazón muy angustiado, para decirme
               esos desvaríos, y me despiertas de mi dulce sueño, que con su manto me había
               cerrado los párpados? Nunca antes había dormido así, desde que Odiseo se fue
               a  contemplar  la  maldita  Ilión,  la  innombrable.  Pero,  ea,  baja  y  vuélvete  de
               nuevo a la gran sala. Si cualquier otra de las mujeres que están a mis órdenes
               hubiera venido con esas noticias y me hubiera despertado, sin tardar con dura

               reprimenda la habría despachado otra vez hacia la sala. A ti te disculpa en esto
               tu vejez».

                   La contestó, a su vez, la querida nodriza Euriclea:

                   «En nada me burlo de ti, hija querida, sino que de verdad ha vuelto Odiseo
               y está en la casa, como te digo. Es ese extranjero al que todos agredían en el
               palacio. Telémaco, desde luego, sabía desde hace tiempo que estaba ahí, pero

               por prudencia encubría los planes de su padre, hasta que éste lograra castigar
               la violencia de los presuntuosos pretendientes».

                   Así dijo. Y ella se alborozó, y, saltando de la cama, abrazóse a la anciana,
               vertió llanto de sus párpados, y, al hablarle, le decía estas aladas palabras:
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