Page 241 - La Odisea alt.
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«Venga  ya,  aya  querida,  cuéntamelo  punto  por  punto,  si  de  verdad  ha
               llegado  a  esta  casa,  como  me  dices.  ¿Cómo  lanzó  sus  manos  contra  los
               desvergonzados  pretendientes,  estando  él  solo,  mientras  que  los  otros
               formaban siempre una tropa?».

                   La contestó luego la querida nodriza Euriclea:

                   «No lo vi ni me lo han contado, sino que tan sólo he oído el estrépito de la

               masacre.  Nosotras  estábamos  en  el  fondo  de  las  habitaciones  de  gruesos
               muros, aterrorizadas, y tenían bien atrancadas las puertas. Al final me llamó
               desde el salón tu hijo, Telémaco, a quien su padre le había encomendado que
               me llamara. Encontré luego a Odiseo, erguido entre un montón de cadáveres,
               que,  a  su  alrededor,  cubriendo  el  sólido  suelo,  yacían  unos  sobre  otros.  Al
               verlos te habrías alegrado en tu ánimo, viéndolo a él, cubierto de sangre, como
               un león.


                   »Ahora  están  todos  ante  las  puertas  del  patio,  amontonados,  mientras  él
               fumiga con azufre la muy hermosa casa, después de encender un gran fuego.
               Me mandó que te llamara. Así que, sígueme, para que ambos gocéis de gran
               alegría en vuestro corazón, después de sufrir tantísimas desdichas. Ahora ya se
               ha realizado vuestro tan largo anhelo. Ha vuelto él vivo a su hogar y os ha
               encontrado a ti y a su hijo en el palacio. Y de quienes le causaron daños, los
               pretendientes, de todos ellos tomó venganza en su casa».


                   La contestó luego la muy prudente Penélope:

                   «Aya  querida,  no  te  exaltes  tanto  con  tus  risas  alegres.  Sabes  bien  cuán
               querido sería para todos el verlo ya en casa, sobre todo para mí y para el hijo
               que  engendramos.  Pero  no  es  seguro  este  relato  que  tú  cuentas;  sino  que
               alguno de los inmortales ha dado muerte a los nobles pretendientes enfurecido
               por  su  perversa  soberbia  y  sus  malignas  acciones.  Porque  no  respetaban  a

               ningún humano en esta tierra, ni noble ni villano, que se topara con ellos. Por
               eso, por su insolencia sufrieron esta desdicha. En cuanto a Odiseo perdió sin
               duda su regreso lejos de la tierra aquea, y ya está muerto».

                   La contestó enseguida la querida nodriza Euriclea:

                   «¡Hija mía, qué frase se escapó del cerco de tus dientes! ¿Afirmas, cuando
               ya está en casa tu esposo, junto a tu hogar, que nunca va a volver aquí? Tienes
               un ánimo siempre desconfiado. Bueno, voy a darte otro testimonio evidente: la

               cicatriz, que una vez le hizo un jabalí con su blanco colmillo, se la descubrí al
               lavarlo, y quise decírtelo a ti misma, pero él me puso las manos sobre la boca
               y no me dejó hablar, de acuerdo con los astutos planes de su mente. Así que
               sígueme, que yo misma me ofrezco como garantía: si te engaño, mátame con
               la muerte más penosa».

                   La contestó luego la muy prudente Penélope:
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