Page 217 - La Odisea alt.
P. 217

Así, por su parte, oró Eumeo a todos los dioses que volviera el muy sagaz
               Odiseo a su hogar.

                   Mientras que ellos cruzaban tales palabras, los pretendientes tramaban la
               muerte y el final de Telémaco. Mas a ellos les apareció por la izquierda un
               augurio, un ave de alto vuelo, que llevaba una trémula paloma. Anfínomo se
               hizo con la palabra entre ellos y exclamó:


                   «Amigos, no nos va a salir bien esta intriga de la muerte de Telémaco. Así
               que dediquémonos al banquete».

                   Así dijo Anfínomo y a los demás les complació su consejo. Marcharon al
               palacio  del  divino  Odiseo,  dejaron  sus  mantos  sobre  las  sillas  y  sillones,  y
               comenzaron a sacrificar las gruesas ovejas y las rollizas cabras, e inmolaron
               también los cebados cerdos y una vaca del rebaño. Asaron las vísceras y las
               repartían,  y  en  las  cráteras  mezclaban  el  vino.  El  porquerizo  distribuía  las

               copas.  Filetio,  capataz  de  pastores,  hacía  el  reparto  del  pan  en  hermosos
               cestillos  y  Melantio  servía  el  vino.  Y  ellos  echaban  sus  manos  sobre  los
               manjares dispuestos y servidos.

                   Telémaco, aprovechando su posición, hizo sentarse a Odiseo en la solemne
               sala,  junto  al  pétreo  umbral,  ofreciéndole  un  rústico  sillón  y  una  pequeña
               mesa. Le puso al lado unos menudillos y le escanció vino en una copa de oro,

               y le dijo estas palabras:

                   «Siéntate acá y bebe el vino entre estos hombres. Yo mismo rechazaré de ti
               las chanzas y las manos de todos los pretendientes, porque ésta no es una casa
               del  común,  sino  la  de  Odiseo,  que  la  sostuvo  para  mí.  Y  vosotros,
               pretendientes,  aplacad  vuestra  ansia  de  amenazas  y  golpes,  a  fin  de  que  no
               surja ninguna disputa ni reyerta».

                   Así dijo, y todos los otros, hincando sus dientes en los labios, se pasmaban
               de que Telémaco les hablara con tanta valentía. Y entre ellos tomó la palabra

               Antínoo, hijo de Eupites:

                   «Aunque resulta severo, aqueos, aceptemos el discurso de Telémaco. Nos
               habla,  en  efecto,  con  reprimendas.  Zeus  Crónida  nos  lo  prohibió;  de  lo
               contrario ya lo habríamos hecho callar en palacio, por hábil orador que sea».

                   Así habló Antínoo. Telémaco no replicó a sus palabras.

                   Mientras,  los  heraldos  guiaban  por  la  ciudad  la  sagrada  hecatombe
               consagrada a los dioses. Los aqueos de largas melenas reuníanse en el sombrío

               bosquecillo de Apolo el que hiere de lejos.

                   Cuando ya hubieron asado las carnes por encima y las retiraron del fuego,
               distribuyeron  las  porciones  y  comenzaron  el  espléndido  banquete.  Los  que
               servían le dieron a Odiseo su trozo, igual al que obtenían los demás. Así pues
   212   213   214   215   216   217   218   219   220   221   222