Page 202 - La Odisea alt.
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«Eurínome, acerca una silla y una piel sobre ella para que el forastero tome
               asiento,  y  me  escuche  y  me  cuente  sus  noticias.  Estoy  ansiosa  por
               preguntarle».

                   Así habló, y aquélla al instante trajo y dispuso la silla bien torneada y la
               recubrió  con  una  piel.  Sobre  ella  se  sentó  el  muy  sufrido  divino  Odiseo.  Y
               entre ellos comenzó la charla la muy prudente Penélope:


                   «Extranjero, comenzaré por preguntarte yo misma esto: ¿quién eres y de
               qué gente? ¿Dónde están tu ciudad y tus padres?».

                   Contestándola dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Mujer, ningún mortal en la tierra infinita podría hacerte reproches. Pues
               tu fama llega hasta el amplio cielo, como la de un monarca irreprochable que
               gobierna  temeroso  de  los  dioses  sobre  numerosos  y  valerosos  súbditos  y
               mantiene firmes sus justas obras, mientras la negra tierra hace brotar trigos y
               cebadas, y los árboles rebosan de frutos, los rebaños se reproducen sin fin, y el

               mar prodiga sus peces, gracias a su buen gobierno, y florecen los pueblos bajo
               su cetro. Sin embargo, pregúntame ahora, en esta tu casa, otras cosas, no me
               interrogues sobre mi familia ni mi tierra patria, para no abrumar aún más de
               dolores mi ánimo, al moverme a recordar. Vengo de muchas desgracias y nada
               me  obliga  a  ponerme  a  llorar  y  gemir  en  casa  ajena,  pues  es  desagradable

               mostrarse  angustiado  siempre  y  sin  tregua.  No  vaya  a  ser  que  se  muestre
               irritada  contra  mí  alguna  de  tus  criadas  o  tú  misma,  y  diga  que  navego  en
               lágrimas con la mente embotada por el vino».

                   Le contestó al punto la muy prudente Penélope:

                   «Extranjero,  mis  atractivos,  mi  belleza  y  mi  figura  las  destruyeron  los
               dioses cuando hacia Ilión zarparon los argivos, y con ellos se fue mi esposo,
               Odiseo. Si él regresara y cuidara de mi vida, mayor sería entonces mi fama y
               más hermosa. Ahora vivo sin consuelo. Pues tantas desdichas ha lanzado sobre

               mí  el  destino.  Que  todos  los  nobles  que  tienen  poderío  en  las  islas,  en
               Duliquio, Same y la boscosa Zacintos, y los que habitan la despejada Ítaca me
               cortejan a pesar mío y devoran mi casa. Por eso no atiendo a extranjeros ni a
               suplicantes ni a heraldos siquiera, que sirven a su oficio, sino que, añorando a
               Odiseo, desgarro mi corazón. Ellos apremian la boda, yo tramo mis engaños.

                   »Al principio un dios me inspiró en la mente que me pusiera a tejer una

               tela  primorosa  y  extensa.  Enseguida  les  dije:  “Mis  jóvenes  pretendientes,
               puesto que ha muerto Odiseo, aguardad para la boda aunque estéis ansiosos a
               que yo concluya este manto, no se me vayan a perder sueltos sus hilos, para
               sudario del héroe Laertes, para cuando lo derribe el destino funesto de su triste
               muerte. No vaya a ser que alguno de los aqueos se enfurezca conmigo si queda
               sin mortaja un hombre que poseyó muchas riquezas”.
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