Page 201 - La Odisea alt.
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aurora, mientras el divino Odiseo se quedaba en la gran sala meditando, con la
ayuda de Atenea, la matanza de los pretendientes.
Y bajó desde su cámara la muy prudente Penélope, parecida a Ártemis y a
la áurea Afrodita. Le habían preparado junto al fuego el sillón en que
acostumbraba acomodarse, bien torneado, con marfil y plata. Lo había
construido tiempo atrás el artista Icmalio. A los pies tenía adosado un escabel
fijo al asiento, y sobre éste habían tendido una gran pelliza. Allí se sentó luego
la muy prudente Penélope.
Acudieron a la gran sala las criadas de blancos brazos, que retiraron la
comida sobrante, y las mesas y las copas de las que bebían los arrogantes
pretendientes. Echaron a tierra el ascua de los braseros y encendieron en ellos
otros muchos leños para dar luz y calentar la estancia. Melanto, otra vez,
insultó de nuevo a Odiseo:
«Forastero, ¿todavía ahora aquí, en medio de la noche, vas a molestar
trajinando por la sala y vas a quedarte espiando a las mujeres? ¡Vamos, lárgate
por la puerta, desgraciado, y aprovecha los restos de comida, o bien pronto
serás expulsado y golpeado con algún tizón!».
Mirándola torvamente replicó el muy astuto Odiseo:
«Necia, ¿por qué me atacas así con rencorosa furia? ¿Será porque voy
sucio y cubro mi cuerpo con míseras ropas, y ando mendigando entre la gente?
La necesidad me fuerza a eso. Ésa es la condición de mendigos y vagabundos.
No obstante también yo habité feliz una mansión próspera en mi pueblo y
daba limosna a menudo a cualquier vagabundo, a quien era como yo ahora y
venía menesteroso de cualquier cosa. Poseía incontables siervos y otras
muchas cosas de las que disfrutan los que viven con holgura y se llaman ricos.
Pero Zeus Crónida me lo arrebató. Tal fue su voluntad. Así que atiende tú
también, mujer, no vayas a perder toda tu arrogancia, con la que ahora brillas
entre las siervas, no sea que tu dueña, enojada, se irrite contigo o que vuelva
Odiseo. Aún es posible la esperanza. Y en caso de que él hubiera muerto y no
tenga regreso, sin embargo, aún vive su noble hijo, Telémaco, por la voluntad
de Apolo. Y no le pasa inadvertida en su palacio una mujer perversa, que ya
no es un niño».
Así habló. Escuchóle la muy prudente Penélope, y regañó a la criada. La
llamó y le dijo así:
«¡Desvergonzada al colmo, perra impúdica, no me pasa inadvertida la
infame acción que has hecho, y que vas a pagar con tu cabeza! Porque estabas
bien enterada, ya que me lo habías oído, de que yo quería preguntar en palacio
al extranjero acerca de mi esposo, estando tan profundamente apenada».
Así dijo, y añadió unas palabras para la despensera: