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rodillas de Anfínomo de Duliquio para evitar a Eurímaco. Éste alcanzó al
copero en el brazo derecho. La jarra resonó al dar en tierra, en tanto que el
copero cayó, entre gritos, boca arriba en el polvo. Los pretendientes se
alborotaron en las salas sombrías y así le decía uno a su vecino, contemplando
la escena:
«¡Ojalá este extranjero vagabundo hubiera muerto en alguna otra parte
antes de venir acá! Así no habría causado tamaño jaleo. Ahora nos peleamos
por un mendigo y se echa a perder el placer del noble banquete, porque se
impone lo más vulgar».
Entre ellos entonces tomó la palabra el sagrado vigor de Telémaco:
«Insensatos, enloquecéis y ya no reprimís en vuestro ánimo los efectos de
la comida y la bebida. Alguno de los dioses os azuza. Pero una vez que habéis
comido bien, id a dormir a vuestra casa, cuando la divinidad os invite. Yo no
obligo a nadie».
Así dijo, y todos ellos, mordiéndose los labios, miraron con asombro a
Telémaco, que hablaba sin temor. Entre ellos tomó la palabra Anfínomo,
ilustre hijo de Niso, el soberano Aretíada, y dijo:
«Amigos, nadie debería molestarse ante un consejo oportuno y replicar con
palabras hostiles. No hostiguéis más al extranjero ni a ningún otro de los
siervos que hay en la casa del divino Odiseo. Así que, vamos, que el copero
empiece a servir las copas a fin de que hagamos nuestra libación y nos
vayamos a dormir. Dejemos al extranjero en la mansión de Odiseo bajo el
cuidado de Telémaco. Suya es la casa a que ha llegado».
Así habló y a todos los demás les parecía bien su consejo. Les hizo la
mezcla en la crátera el héroe Mulio, heraldo de Duliquio, que era siervo de
Anfínomo. Distribuyó pronto el vino a todos, uno tras otro. Ellos hicieron sus
libaciones a los dioses felices y bebieron el dulce vino. Y en cuanto
concluyeron las libaciones y hubieron bebido cuanto su ánimo apetecía, se
marcharon a dormir, cada uno a su casa.
CANTO XIX
Quedóse él en la gran sala, el divino Odiseo, planeando dar muerte a los
pretendientes, con la ayuda de Atenea. Al punto dirigió a Telémaco sus
palabras aladas:
«Telémaco, hay que retirar todas las armas de guerra muy adentro. Y de
cara a los pretendientes ofrecer un pretexto con amables palabras, cuando te