Page 200 - La Odisea alt.
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interroguen con inquietud: “Las puse bien lejos del humo, porque no estaban
               ya  como  ha  tiempo  las  dejó  Odiseo  al  partir  hacia  Troya,  sino  que  están
               cubiertas de hollín en todo lo que las alcanzó el soplo del fuego. Y además un
               dios me lo ha inspirado por algo aún más oportuno: que no fuera a suceder
               que, borrachos, en disputa unos con otros os hirierais y echarais a perder el
               banquete y el cortejo. Pues el hierro atrae a sí al hombre”».

                   Así dijo. Telémaco obedecía el aviso de su querido padre. Y mandó llamar

               a la nodriza Euriclea y le dijo:

                   «Ama, por favor, retén a las mujeres en sus habitaciones mientras guardo
               en el zaguán las armas de mi padre, bellas armas que ahora están desatendidas
               en  la  casa  y  el  humo  las  estropea  en  ausencia  de  mi  padre.  Antes  yo  era
               todavía  niño,  pero  ahora  quiero  guardarlas  donde  no  les  llegue  el  soplo  del
               fuego».


                   Le contestó, a su vez, la nodriza Euriclea:

                   «Ojalá  que  desde  ahora,  hijo,  mantengas  tu  cautela  y  buen  juicio  para
               cuidar  de  la  casa  y  velar  por  todos  tus  bienes.  ¿Pero  ahora  quién  te
               acompañará  llevando  la  luz,  si  no  dejas  que  salgan  las  criadas  que  podrían
               alumbrarte?».

                   Le contestó, a su vez, el juicioso Telémaco:

                   «Éste, el extranjero. Que no voy a tolerar que siga mano sobre mano quien

               come de mi bolsa, aunque haya venido de lejos».

                   Así habló y a ella se le quedó sin alas la palabra. Cerró las puertas de las
               salas bien ocupadas, mientras ellos dos, Odiseo y su noble hijo, se ponían en
               movimiento. Transportaban los cascos y los escudos abombados y las afiladas
               lanzas. Por delante Palas Atenea difundía con una lámpara de oro una luz muy
               hermosa. Y entonces Telémaco habló estas palabras a su padre:

                   «Padre, qué gran prodigio veo ante mis ojos. Pues los muros de la casa y

               las  hermosas  estancias,  las  vigas  de  pino  y  las  columnas  de  elevado  fuste
               relumbran  ante  mis  ojos  como  en  una  fogata  brillante.  Sin  duda  anda  aquí
               dentro algún dios de los que habitan el amplio Olimpo».

                   Contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Calla,  contén  tu  imaginación  y  no  preguntes.  Tal  es,  en  efecto,  el
               comportamiento de los dioses que tienen el Olimpo. Pero tú ve a acostarte, que

               yo  me  quedaré  acá,  para  interrogar  a  las  esclavas  y  a  tu  madre.  Ella,  entre
               lamentos, me dejará enterado de todo».

                   Así dijo. Telémaco retiróse a grandes pasos de la sala, entre las ardientes
               antorchas, para acostarse en su habitación, en donde solía dormir cuando le
               asaltaba  el  dulce  sueño.  Allá  entonces  se  acostó  y  allí  aguardaba  la  divina
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