Page 197 - La Odisea alt.
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trajo un siervo una gargantilla de hermosísimo dibujo. En fin, cada uno de los

               aqueos aportó un precioso obsequio.

                   Ella luego se retiró a su piso alto, la divina entre las mujeres, y tras ella sus
               esclavas le llevaban los espléndidos dones. Los jóvenes, dedicándose al baile y
               al placentero canto, se divertían y esperaban que llegara la boda. Mientras se
               divertían sobrevino el oscuro anochecer. Muy pronto instalaron tres braseros
               en las salas para que alumbraran. A su alrededor aprestaron maderas resinosas,

               secas desde antes, resecas, recién cortadas con el hacha, y las mezclaron con
               teas ardientes. Las avivaban por turnos las esclavas del audaz Odiseo. A éstas
               entonces les dijo el muy sufrido Odiseo, de divino linaje:

                   «¡Siervas de Odiseo, de un amo hace mucho ausente, marchad a vuestras
               habitaciones, donde está la venerable reina! Atended a la rueca junto a ella, y
               tratad  de  alegrarla  sentadas  en  su  cámara,  o  cardad  los  copos  de  lana  con
               vuestras  manos.  A  mi  vez,  yo  cuidaré  de  mantener  la  luz  para  todos  éstos.

               Pues, aunque estén dispuestos a quedarse hasta la Aurora de bello trono, no
               me vencerán. Soy muy resistente».

                   Así  dijo,  ellas  se  echaron  a  reír  y  se  miraron  unas  a  otras.
               Desvergonzadamente  le  replicó  Melanto,  la  de  hermosas  mejillas,  a  quien
               engendrara Dolio, pero crio Penélope, que la cuidó como a una hija, y la había
               dado mimos con cariño. Pero ni aun así ella sentía compasión por Penélope,

               sino  que  se  arrejuntaba  con  Eurímaco  y  era  su  concubina.  Ésta  le  replicó  a
               Odiseo con palabras injuriosas:

                   «Desdichado extranjero, tú andas con la mente trastornada, ni quieres irte a
               dormir a la casa del herrero o por ahí a un albergue, sino que parloteas mucho
               sin miedo ante numerosos hombres y no sientes en tu ánimo miedo por nada.
               Acaso el vino te domina o bien siempre tal es tu carácter, y por eso vomitas

               palabras necias. ¿Es que desvarías porque venciste al vagabundo Iro? Cuida de
               que no se te enfrente pronto alguno mejor que Iro que, tras aporrearte con sus
               robustos  puños  la  cabeza,  te  arroje  fuera  de  la  casa,  dejándote  cubierto  de
               mucha sangre».

                   Mirándola torvamente le respondió el muy astuto Odiseo:

                   «Enseguida le contaré a Telémaco, perra, las cosas que dices, y voy a su

               encuentro, para que pronto te haga pedazos».

                   Al  decir  estas  palabras  asustó  a  las  mujeres.  Se  dispersaron  por  la  casa,
               temblando todas de miedo, pues creían que hablaba de verdad. Él, por su lado,
               se quedó erguido junto a los braseros llameantes observándolo todo. Pero su
               corazón  en  el  pecho  meditaba  en  proyectos  que  no  iban  a  quedar  sin
               cumplirse.

                   No permitía Palas Atenea que los ilustres pretendientes desistieran de su
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