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Le respondió a su vez el muy sufrido divino Odiseo:
«Pues, en efecto, te lo diré y tú escúchame y atiende, y piensa y dime si
nos será suficiente Atenea junto con Zeus Padre, o si debo pensar en encontrar
algún otro auxiliar».
Le respondió entonces el juicioso Telémaco:
«Poderosos son, en efecto, esos dos defensores que mencionas, si bien
están en lo alto, en las nubes. Los dos dominan a los hombres todos y a los
dioses inmortales».
Contestóle, a su vez, el muy sufrido divino Odiseo:
«Pero no permanecerán los dos mucho tiempo apartados de la feroz
refriega, cuando entre los pretendientes y nosotros en nuestras salas se dirima
la contienda de Ares. Así que ponte en camino en cuanto amanezca hacia la
casa y mézclate allí con los soberbios pretendientes. Luego a mí me conducirá
el porquerizo hasta la ciudad, con mi aspecto de mendigo miserable y viejo.
»Si me ultrajan en el palacio, que tu corazón en tu pecho se resigne a ver
que yo soporto el maltrato. Incluso si me arrastran por los pies hasta echarme
o si me hieren con lo que me arrojen, tú mira y contente.
»Pero, bueno, propónles que desistan de sus ofensas, dándoles consejos
con palabras amables. Ellos no te harán ningún caso, pues ya les acecha el día
fatal. Te diré algo más, y tú guárdalo en tu mente. Cuando Atenea de muchos
consejos lo inspire en mi ánimo, yo te haré una seña con la cabeza, y tú,
apenas la veas, retira todas las armas de guerra que hay en las salas, y
llévatelas al fondo de la estancia del piso alto, todas en montón. Con respecto
a los pretendientes, explícaselo con palabras arteras en caso de que te
pregunten al echarlas en falta: “Las he apartado del humo, para que no les pase
como a las que aquí dejó antaño Odiseo al marcharse a Troya, que están
ahumadas por donde las alcanzó el ardor del fuego. Y, además, hay otro
motivo que me ha inspirado el Crónida; que no sea que, al emborracharos,
vaya a surgir entre vosotros una disputa y os dañéis unos a otros y echéis a
perder el banquete y el cortejo, pues el hierro por sí solo incita al hombre”.
Tan sólo para nosotros dos deja a nuestro alcance dos espadas y dos lanzas, y
dos escudos de piel de buey para tomarlos en nuestras manos y usarlos al
comenzar la matanza. A ellos entonces los hechizarán Atenea y el providente
Zeus.
»Otra cosa te diré y tú guárdala en tu mente. Si verdaderamente eres mi
hijo y de nuestra sangre, que nadie se entere ahora de que Odiseo está en su
casa. Que no lo sepa ni Laertes ni el porquerizo siquiera, ni ninguno de los
siervos ni la misma Penélope, sino que tú y yo, solos, conozcamos la conducta
de las mujeres y pongamos a prueba luego a cada uno de los criados, a ver