Page 171 - La Odisea alt.
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corrieron espantados y gruñendo por aquí y por allí en la majada. Ella hizo una
               seña con los ojos. La advirtió el divino Odiseo, y salió de la estancia andando
               a lo largo del gran muro del patio, y se paró ante ella. Atenea le dijo:

                   «¡Hijo divino de Laertes, Odiseo de muchos trucos, infórmale ya ahora a tu
               hijo, y no disimules más tus palabras! A fin de que, cuando hayáis tramado la
               muerte y el destino funesto de los pretendientes, marchéis los dos a la muy
               ilustre  ciudad.  Yo  misma  tampoco  andaré  lejos  de  vosotros,  ansiosa  de

               combatir».

                   Dijo, y lo tocó Atenea con su varita de oro. Un manto recién lavado y una
               túnica  le  envolvieron  el  cuerpo,  y  le  infundieron  arrogancia  y  juventud.  De
               nuevo se volvió moreno de piel, y se redondearon sus mejillas, y los cabellos
               de su barba ennegrecieron. Después de esta acción partióse la diosa. Luego
               entró Odiseo en la cabaña. Se quedó pasmado su querido hijo; atemorizado
               desvió sus miradas, por si acaso era un dios, y empezó a hablarle con estas

               palabras aladas:

                   «Distinto apareces ante mí, extranjero, ahora de antes, llevas otro atuendo
               y tu cuerpo no es el mismo. Seguramente eres algún dios, de los que habitan el
               amplio cielo. Pero senos propicio, para que te ofrezcamos sacrificios a tu gusto
               y regalos de oro bien labrado. ¡Apiádate de nosotros!».


                   Le contestó enseguida el muy sufrido divino Odiseo:

                   «No soy ningún dios. ¿Por qué me comparas a los inmortales? Pero soy tu
               padre, por el que tú suspiras y sufres muchos pesares, soportando los ultrajes
               de otros hombres».

                   Después de hablar así, besó a su hijo, y por sus mejillas derramó lágrimas
               que  caían  hasta  el  suelo.  Hasta  entonces  las  había  retenido  tenazmente.
               Telémaco, que aún no se había convencido de que fuera su padre, respondióle
               de nuevo y le habló con estas palabras:


                   «No, tú no eres Odiseo, mi padre, sino que un dios me hechiza para que me
               apene aún más y más solloce. Porque en modo alguno habría tramado esto un
               mortal con su propia mente, a no ser que se presentara algún dios para hacerte
               sin trabas, a su placer, joven o viejo. Hace un momento eras un viejo y vestías
               con harapos; ahora te asemejas a los dioses que poseen el amplio cielo».

                   Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Telémaco, no está bien que, al presentarse acá tu padre, te asombres en

               exceso y te maravilles demasiado. Pues no va a regresar ningún otro Odiseo,
               sino  sólo  yo,  tal  como  me  ves  ahora,  después  de  mucho  sufrir  y  mucho  ir
               errante, y vuelvo a los veinte años a mi tierra patria. Por lo demás, esto es obra
               de Atenea que conduce los ejércitos, quien me ha vuelto tal como le apetece,
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