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«Yo te lo contaré, extranjero, punto por punto. Ni el pueblo entero me
rechaza y me detesta, ni tengo reproches contra mis hermanos, en los que un
hombre suele confiar en los momentos de pelea, si estalla una gran rencilla.
Porque sucede que a mi familia Zeus la hizo de hijos únicos. Arcisio engendró
sólo a un hijo: Laertes. A su vez, él fue padre de un solo hijo: Odiseo. Y
Odiseo, a su vez, me engendró sólo a mí y me dejó en su palacio, sin disfrutar
de mi niñez. Por eso ahora son incontables los enemigos que tengo en mi casa.
Todos los príncipes que tienen poderío en las islas, en Duliquio, en Samos, y
en la boscosa Zacintos, y cuantos tienen dominios en la rocosa Ítaca, todos
esos cortejan a mi madre y esquilman la casa. Ella ni rechaza el matrimonio ni
puede detener su asedio, y ésos van consumiendo, devorando, mi hacienda.
Pronto me destruirán también a mí. Pero, ciertamente, eso está en las rodillas
de los dioses.
»Abuelo, vete tú aprisa, di a la prudente Penélope que aquí estoy sano y
salvo, y que he vuelto de Pilos. Yo, por mi parte, aguardaré aquí y tú regresa
después de darle la noticia a ella sola. Que no se entere ningún otro de los
aqueos. Pues muchos traman daños contra mí».
En respuesta le dijiste tú, porquerizo Eumeo:
«Lo sé, lo comprendo. Hablas a uno que ya conoce el asunto. Pero dime
algo más y expónmelo sin rodeos: si también en el mismo viaje he de
acercarme al infeliz Laertes, que, aunque muy apenado por Odiseo, antes
inspeccionaba las tareas de los siervos en el palacio, y comía y bebía siempre
que en su ánimo le apetecía; pero ahora, desde que tú te fuiste con tu nave a
Pilos, dicen que ya no come ni bebe como antes, ni vigila los trabajos, sino
que con sollozos y gemidos se está sentado lamentándose, mientras la piel se
le arruga sobre los huesos».
Le respondió al momento el juicioso Telémaco:
«Muy triste es, pero aun así dejémoslo, por mucho que nos apene. Pues, si
todo quedara al alcance de los humanos, querríamos antes que nada ver el día
del regreso de mi padre. Bueno, dale a ella el recado y vuélvete atrás, sin
demorarte por los campos en busca de aquél. Pero dile a mi madre que le envíe
a la sirvienta despensera a toda prisa y en secreto, pues ella puede darle las
nuevas al anciano».
Dijo y apremió al porquero. Recogió él con sus manos las sandalias, se las
ató a los pies, y se puso en marcha hacia la ciudad. No le pasó inadvertida a
Atenea la salida del porquerizo Eumeo de la majada. Así que se presentó allá.
En su aspecto había tomado la figura de una mujer bella y alta y experta en
finas labores. Acudió y se le apareció a Odiseo delante de la cabaña. Pero
Telémaco no la vio allí ni se percató de su presencia. Los dioses no aparecen
visibles a todos. La vieron Odiseo y los perros, que no ladraron, sino que