Page 170 - La Odisea alt.
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«Yo  te  lo  contaré,  extranjero,  punto  por  punto.  Ni  el  pueblo  entero  me
               rechaza y me detesta, ni tengo reproches contra mis hermanos, en los que un
               hombre suele confiar en los momentos de pelea, si estalla una gran rencilla.
               Porque sucede que a mi familia Zeus la hizo de hijos únicos. Arcisio engendró
               sólo  a  un  hijo:  Laertes.  A  su  vez,  él  fue  padre  de  un  solo  hijo:  Odiseo.  Y
               Odiseo, a su vez, me engendró sólo a mí y me dejó en su palacio, sin disfrutar

               de mi niñez. Por eso ahora son incontables los enemigos que tengo en mi casa.
               Todos los príncipes que tienen poderío en las islas, en Duliquio, en Samos, y
               en la boscosa Zacintos, y cuantos tienen dominios en la rocosa Ítaca, todos
               esos cortejan a mi madre y esquilman la casa. Ella ni rechaza el matrimonio ni
               puede  detener  su  asedio,  y  ésos  van  consumiendo,  devorando,  mi  hacienda.
               Pronto me destruirán también a mí. Pero, ciertamente, eso está en las rodillas
               de los dioses.


                   »Abuelo, vete tú aprisa, di a la prudente Penélope que aquí estoy sano y
               salvo, y que he vuelto de Pilos. Yo, por mi parte, aguardaré aquí y tú regresa
               después de darle la noticia a ella sola. Que no se entere ningún otro de los
               aqueos. Pues muchos traman daños contra mí».

                   En respuesta le dijiste tú, porquerizo Eumeo:

                   «Lo sé, lo comprendo. Hablas a uno que ya conoce el asunto. Pero dime
               algo  más  y  expónmelo  sin  rodeos:  si  también  en  el  mismo  viaje  he  de

               acercarme  al  infeliz  Laertes,  que,  aunque  muy  apenado  por  Odiseo,  antes
               inspeccionaba las tareas de los siervos en el palacio, y comía y bebía siempre
               que en su ánimo le apetecía; pero ahora, desde que tú te fuiste con tu nave a
               Pilos, dicen que ya no come ni bebe como antes, ni vigila los trabajos, sino
               que con sollozos y gemidos se está sentado lamentándose, mientras la piel se

               le arruga sobre los huesos».

                   Le respondió al momento el juicioso Telémaco:

                   «Muy triste es, pero aun así dejémoslo, por mucho que nos apene. Pues, si
               todo quedara al alcance de los humanos, querríamos antes que nada ver el día
               del  regreso  de  mi  padre.  Bueno,  dale  a  ella  el  recado  y  vuélvete  atrás,  sin
               demorarte por los campos en busca de aquél. Pero dile a mi madre que le envíe
               a la sirvienta despensera a toda prisa y en secreto, pues ella puede darle las
               nuevas al anciano».


                   Dijo y apremió al porquero. Recogió él con sus manos las sandalias, se las
               ató a los pies, y se puso en marcha hacia la ciudad. No le pasó inadvertida a
               Atenea la salida del porquerizo Eumeo de la majada. Así que se presentó allá.
               En su aspecto había tomado la figura de una mujer bella y alta y experta en
               finas  labores.  Acudió  y  se  le  apareció  a  Odiseo  delante  de  la  cabaña.  Pero
               Telémaco no la vio allí ni se percató de su presencia. Los dioses no aparecen

               visibles  a  todos.  La  vieron  Odiseo  y  los  perros,  que  no  ladraron,  sino  que
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