Page 147 - La Odisea alt.
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cerdos, tantos rebaños de cabras apacientan sus pastores, unos extranjeros y

               otros  de  aquí  mismo.  Por  acá,  en  este  extremo  de  la  isla  se  crían  amplios
               rebaños de cabras, once en total, y los guardan buenos pastores. Cada uno de
               ellos les lleva cada día a los pretendientes un animal, el que le parece el mejor
               de sus bien nutridas cabras. Por mi parte yo guardo y protejo estos cerdos y les
               envío el mejor de los puercos después de elegirlo bien».

                   Así  habló,  mientras  él  ávidamente  comía  la  carne  y  bebía  el  vino  con

               ansiedad, en silencio, y maquinaba daños para los pretendientes. Luego que
               hubo comido y saciado su ánimo con los manjares, entonces le llenó y ofreció
               el cuenco en que solía beber colmado de vino. Aquél lo aceptó, con gozo en su
               corazón, y, hablándole, le decía estas palabras aladas:

                   «Oh amigo, ¿quién pues te adquirió con sus riquezas, tan admirablemente
               rico y poderoso, según dices? Afirmas que él ha muerto a causa del honor de
               Agamenón. Cuéntamelo, por si acaso alguna vez conocí a ese hombre. Saben

               Zeus y los demás dioses si por ventura podría hablarte de él habiéndolo visto.
               He viajado mucho errante».

                   Le respondió luego el porquerizo, mayoral de los siervos:

                   «Anciano, ningún vagabundo que llegara con noticias acerca de él podría
               convencer a su mujer y a su querido hijo. En general los viajeros sin rumbo,

               menesterosos  de  ayuda,  mienten  y  no  están  avezados  a  contar  la  verdad.
               Cualquier  trotamundos  que  llega  al  pueblo  de  Ítaca  se  va  a  mi  señora  a
               contarle sus patrañas. Ella los acoge y trata bien y les pregunta por cada cosa,
               mientras de sus párpados le caen lágrimas de dolor, como suele suceder a una
               mujer  cuando  su  marido  ha  muerto  lejos.  Pronto  también  tú,  viejo,  podrías
               inventarte una historia, si alguien te prometiera ropas, una túnica y un manto.
               A él ya le habrán arrancado los perros y las rápidas aves la piel de sus huesos,

               y le ha quedado sólo el alma. O acaso en alta mar lo devoraron los peces y sus
               huesos yacen en una playa perdidos en un montón de arena. De ese modo él ha
               muerto lejos y ha dejado tras de sí penas para todos sus seres queridos, y para
               mí ante todo. Porque no voy a encontrar ya a un amo tan amable, dondequiera
               que vaya, ni si de nuevo volviera a la casa de mi padre y mi madre, donde
               antaño nací y con quienes me criaron. Ni siquiera lloro tanto por ellos, aun

               anhelando verlos ante mis ojos y estar en mi tierra patria, sino que me desgarra
               la pena por el ausente Odiseo. Porque yo, forastero, aun en su ausencia, siento
               respeto al nombrarle, pues mucho me quería y me apreciaba en su ánimo. Así
               que lo llamo querido amigo, aunque esté bien lejos».

                   Le respondió entonces el muy sufrido divino Odiseo:

                   «Ah, amigo, aunque tú lo descartas del todo e incluso afirmas que él no va
               a regresar, y mantienes incrédulo tu ánimo, yo te diré, no sin más, sino con un

               juramento, que Odiseo volverá. Y que me pagues albricias entonces, cuando él
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