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Se alegraba Odiseo de que así lo acogiera, y se dirigió a él y le dijo:
«¡Que a ti, huésped, te concedan Zeus y los demás dioses lo que tú más
deseas, porque con buen corazón me has acogido!».
Y le contestaste, en respuesta, porquerizo Eumeo:
«Extranjero, no tengo por norma despreciar a un huésped, ni si llega
alguno incluso más mísero que tú. Pues de Zeus vienen todos los huéspedes y
mendigos. Mi donativo resulta pequeño, pero sincero. Mas la condición de los
siervos es estar siempre temerosos, cuando tenemos amos jóvenes. Pues, sí,
los dioses han impedido el regreso de aquel que me habría tratado con afecto y
otorgado los bienes que un patrón de buen corazón suele dar a su siervo: una
casa, un terreno, y una mujer de buen precio. A quien tanto se fatiga por él, y
la divinidad le premia el esfuerzo, como me recompensa a mí este trabajo en el
que sigo. Sí que me habría beneficiado mucho mi señor, si aquí envejeciera.
Pero murió. ¡Ojalá así muriera la estirpe de Helena, por completo, que hizo
doblar las rodillas de muchos guerreros! Pues también él partió en pos del
honor de Agamenón hacia Troya de buenos corceles, a pelear contra los
troyanos».
Después de hablar así, se sujetó pronto la túnica con el cinto y se puso en
camino hacia las pocilgas, donde estaban encerradas las piaras de cerdos. Allí
eligió dos, los trajo, y los sacrificó a ambos. Los puso al fuego, los troceó y los
ensartó en los espetones. Después de asados por entero, los retiró y los ofreció
a Odiseo calientes en los mismos espetones, tras espolvorearlos con blanca
harina. Y en un cuenco vertió vino dulce como la miel, se sentó frente a él, e
invitándole dijo:
«Come ahora, forastero, lo que está al alcance de los siervos, unos
lechones. Porque los cerdos bien cebados los devoran los pretendientes que en
su mente no conocen ni el decoro ni la piedad. No aman los dioses felices los
actos perversos, sino que honran la justicia y las acciones honestas de los
hombres. Incluso a los enemigos y asaltantes que invaden una tierra ajena, y a
quienes Zeus les otorga el botín del saqueo, y que colmando sus naves se
aprestan a volver a su hogar, incluso a éstos les acucia un fuerte temor a la
venganza divina. Acaso éstos saben, pues han oído la voz de un dios, la triste
muerte de aquél, y por eso no quieren ni cortejar honradamente ni volverse a
sus tierras, sino que consumen despreocupados sus bienes de modo insolente y
sin ningún reparo. Todas las noches, pues, y los días que Zeus nos depara
sacrifican más de una víctima y más de dos, y el vino lo apuran a chorros de
forma desenfrenada. Porque su fortuna era inmensa. Tan grande no la tenía
ninguno de los otros héroes, ni en el continente oscuro ni en la misma Ítaca.
Tamaña riqueza no la llegan a tener ni veinte hombres. Te la voy a describir.
Doce vacadas en el continente, otros tantos rebaños de ovejas, tantas piaras de