Page 146 - La Odisea alt.
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Se alegraba Odiseo de que así lo acogiera, y se dirigió a él y le dijo:

                   «¡Que a ti, huésped, te concedan Zeus y los demás dioses lo que tú más
               deseas, porque con buen corazón me has acogido!».

                   Y le contestaste, en respuesta, porquerizo Eumeo:

                   «Extranjero,  no  tengo  por  norma  despreciar  a  un  huésped,  ni  si  llega
               alguno incluso más mísero que tú. Pues de Zeus vienen todos los huéspedes y
               mendigos. Mi donativo resulta pequeño, pero sincero. Mas la condición de los

               siervos es estar siempre temerosos, cuando tenemos amos jóvenes. Pues, sí,
               los dioses han impedido el regreso de aquel que me habría tratado con afecto y
               otorgado los bienes que un patrón de buen corazón suele dar a su siervo: una
               casa, un terreno, y una mujer de buen precio. A quien tanto se fatiga por él, y
               la divinidad le premia el esfuerzo, como me recompensa a mí este trabajo en el
               que sigo. Sí que me habría beneficiado mucho mi señor, si aquí envejeciera.

               Pero murió. ¡Ojalá así muriera la estirpe de Helena, por completo, que hizo
               doblar  las  rodillas  de  muchos  guerreros!  Pues  también  él  partió  en  pos  del
               honor  de  Agamenón  hacia  Troya  de  buenos  corceles,  a  pelear  contra  los
               troyanos».

                   Después de hablar así, se sujetó pronto la túnica con el cinto y se puso en
               camino hacia las pocilgas, donde estaban encerradas las piaras de cerdos. Allí

               eligió dos, los trajo, y los sacrificó a ambos. Los puso al fuego, los troceó y los
               ensartó en los espetones. Después de asados por entero, los retiró y los ofreció
               a  Odiseo  calientes  en  los  mismos  espetones,  tras  espolvorearlos  con  blanca
               harina. Y en un cuenco vertió vino dulce como la miel, se sentó frente a él, e
               invitándole dijo:

                   «Come  ahora,  forastero,  lo  que  está  al  alcance  de  los  siervos,  unos
               lechones. Porque los cerdos bien cebados los devoran los pretendientes que en

               su mente no conocen ni el decoro ni la piedad. No aman los dioses felices los
               actos  perversos,  sino  que  honran  la  justicia  y  las  acciones  honestas  de  los
               hombres. Incluso a los enemigos y asaltantes que invaden una tierra ajena, y a
               quienes  Zeus  les  otorga  el  botín  del  saqueo,  y  que  colmando  sus  naves  se
               aprestan a volver a su hogar, incluso a éstos les acucia un fuerte temor a la
               venganza divina. Acaso éstos saben, pues han oído la voz de un dios, la triste
               muerte de aquél, y por eso no quieren ni cortejar honradamente ni volverse a

               sus tierras, sino que consumen despreocupados sus bienes de modo insolente y
               sin  ningún  reparo.  Todas  las  noches,  pues,  y  los  días  que  Zeus  nos  depara
               sacrifican más de una víctima y más de dos, y el vino lo apuran a chorros de
               forma  desenfrenada.  Porque  su  fortuna  era  inmensa.  Tan  grande  no  la  tenía
               ninguno de los otros héroes, ni en el continente oscuro ni en la misma Ítaca.

               Tamaña riqueza no la llegan a tener ni veinte hombres. Te la voy a describir.
               Doce vacadas en el continente, otros tantos rebaños de ovejas, tantas piaras de
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