Page 141 - La Odisea alt.
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Así habló, y se llenó de alegría el sufrido, divino Odiseo, sintiendo el gozo
de su tierra patria, en cuanto le informó Palas Atenea, hija de Zeus portador de
la égida. Y, respondiéndole, dijo palabras aladas. Sin embargo, él no decía la
verdad, sino que disimulaba su discurso, porque tramaba en su pecho un truco
provechoso.
«He oído hablar de Ítaca incluso en la vasta Creta, bien lejos, al otro lado
del mar. Acabo de llegar yo con estas riquezas. Después de haber dejado a mis
hijos otras tantas, me he desterrado porque di muerte al hijo querido de
Idomeneo, a Orsíloco, de pies veloces, que en la vasta Creta superaba con sus
rápidos pies a todos los hombres comedores de pan. Porque él quería
arrebatarme todo mi botín de Troya, por el que yo había sufrido dolores en mi
ánimo, soportando las guerras de los hombres y las amargas olas, con el
pretexto de que no serví ni obedecí a su padre en el país de los troyanos, sino
que yo capitaneaba a otros guerreros. Yo lo atravesé con mi lanza de bronce
cuando volvía del campo, tendiéndole una emboscada con mis compañeros al
borde del camino. Una noche muy oscura cubría el cielo, y ninguna persona
nos vio, y no fui descubierto al quitarle la vida. Pero apenas lo hube matado
con mi afilado bronce, enseguida me dirigí hacia una nave de los famosos
feacios con súplicas, y les prometí un agradable botín. Les pedí que me
aceptaran a bordo y me llevaran a Pilos o a la divina Élide, donde mandan los
epeos. Sin embargo nos apartó de allí la furia del viento a pesar de sus muchos
empeños; ellos no querían engañarme. Desde allí, rechazados y errantes,
llegamos acá de noche. Con esfuerzos entramos remando en el puerto y
ninguno de nosotros se acordó de la comida, aunque mucho la necesitábamos.
Conque así desembarcamos todos de la nave y nos tumbamos sin más. Pero
entonces a mí, deshecho de fatiga, me dominó el dulce sueño. Ellos sacaron de
la cóncava nave las riquezas y las dejaron aquí, en las arenas donde yo dormía.
Se subieron a su bien provista nave y partieron hacia Sidón, mientras yo me
quedé aquí con el corazón angustiado».
Así dijo, y sonrió la divina Atenea de ojos glaucos, lo acarició con su
mano. En su figura se parecía a una mujer hermosa y alta, experta en delicadas
tareas. Y, hablándole, le decía estas palabras aladas:
«¡Taimado y trapacero sería quien te aventajara en cualquier tipo de
engaños, incluso si fuera un dios quien rivalizara contigo! ¡Temerario,
embaucador, maestro en enredos! ¿Es que ni siquiera estando en tu patria
podrías prescindir de los embustes y las palabras de engaño que te son tan
gratas? Pero, ea, dejémoslo, que ambos sabemos mucho de trucos. Porque tú
eres con mucho el mejor de todos los humanos en ingenio y palabras, y yo
entre todos los dioses tengo fama por mi astucia y mis mañas. Ni siquiera tú
has reconocido a Palas Atenea, la hija de Zeus, que de continuo estoy a tu lado
en todos tus trabajos y te protejo, y te hice grato a todos los feacios.