Page 139 - La Odisea alt.
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destrozarla, para que ellos se contengan y dejen de transportar a los humanos,
               y que un gran monte oculte y rodee su ciudad».

                   Respondiéndole dijo Zeus, el amontonador de nubes:

                   «Amigo mío, a mi ánimo le parece que será mejor de este modo: cuando
               todas sus gentes estén viendo desde la ciudad acercarse la nave, transfórmala
               en piedra frente a la costa, en una roca parecida a una nave, para que todos se

               asombren y luego haz que un gran monte rodee y oculte su ciudad».

                   En cuanto lo hubo oído Poseidón, el sacudidor de la tierra, se encaminó
               hacia  Esqueria,  donde  viven  los  feacios,  y  allí  se  detuvo.  Llegó  muy  raudo
               junto a la nave marinera que corría veloz. Junto a ella acudió el Sacudidor de
               la tierra, y la convirtió en roca y la enraizó en el fondo con un golpe de la
               palma de su mano. Diose la vuelta y alejóse a grandes pasos.

                   Los feacios de largos remos, hombres famosos por sus barcos, se decían
               unos a otros palabras aladas:


                   «¡Ay,  ay!  ¿Quién  ha  detenido  la  rauda  nave  en  alta  mar  cuando  volvía
               presurosa? Ya se dejaba ver toda entera».

                   Así  lo  comentaba  uno  con  otro.  No  sabían  lo  que  había  ocurrido.  Entre
               ellos tomó la palabra Alcínoo y dijo:

                   «¡Ay,  ay!  Ahora  sí  que  me  alcanzan  las  antiguas  profecías  de  mi  padre,
               quien  me  aseguró  que  Poseidón  se  irritaría  con  nosotros,  por  ser  infalibles
               porteadores de todos. Me pronosticó que una vez destrozaría una muy bella

               nave de los feacios al regreso de un viaje por el brumoso ponto y que cubriría
               nuestra ciudad una enorme montaña. Así lo vaticinó el anciano. Ahora viene a
               cumplirse todo eso.

                   »Así  que,  vamos,  tal  como  os  lo  diga,  obedezcamos  todos.  Dejad  de
               transportar a los mortales, siempre que alguno llegue a nuestra ciudad. Y en
               honor de Poseidón vamos a sacrificar doce toros bien escogidos, a ver si se

               apiada y no nos oculta la ciudad tras un gran monte».

                   Así dijo. Ellos sintieron temor y aprestaron los toros.

                   Mientras  que  hacían  sus  plegarias  al  soberano  Poseidón  los  jefes  y
               consejeros del pueblo de los feacios, reunidos en torno a su altar, el divino
               Odiseo  despertó.  Ya  dormía  él  en  su  tierra  patria,  pero  no  la  reconoció,
               después de tan larga ausencia. Había derramado niebla la diosa Palas Atenea,

               la hija de Zeus, para que él se sintiera perdido y ella se lo explicara todo, a fin
               de que no llegaran a reconocerlo su esposa ni sus conciudadanos ni familiares,
               hasta  que  castigara  a  todos  los  pretendientes  por  sus  ultrajes.  Por  eso  todo
               aparecía extraño a los ojos del rey: los extensos caminos y los puertos de buen
               fondeadero, y las rocas recortadas y los árboles frondosos.
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