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Ninfas que llaman Náyades. Hay en ella cráteras y ánforas trabajadas en
piedra. Allí suelen también libar su miel las abejas. Y allí están también unos
grandes telares de piedra, donde las Ninfas tejen sus telas de púrpura marina,
maravilla de ver. Y unas aguas de perenne fluir. Dos entradas tiene; una de
cara al Bóreas, accesible a los humanos; otra, vuelta en cambio al Noto,
reservada a los dioses. Por ésta no entran los hombres, sino que es un camino
reservado a los inmortales.
Por allá penetraron conociendo el lugar ya de antes. La nave se quedó
varada en la playa hasta la mitad de la quilla, en su avance impetuoso. Tanto
impulso le daban los brazos de los remeros. Desembarcando del navío de
buenos bancos de remos a tierra firme transportaron enseguida fuera de la
cóncava nave a Odiseo, con su sábana de lino y su espléndido cobertor, y lo
dejaron allí sobre la arena dominado por el sueño. Luego sacaron las riquezas
que los magníficos feacios le habían dado cuando regresaba a su hogar gracias
a la magnánima Atenea. Todos esos regalos los depositaron en montón junto al
tronco del olivo, a cierta distancia del camino, para que ningún viandante
pasara por allí antes de que despertara Odiseo y los robara.
Ellos se partían de nuevo hacia su patria. Pero no había olvidado el
Sacudidor de la tierra sus amenazas, las que antaño lanzara contra el heroico
Odiseo, y fue a consultar la decisión de Zeus.
«¡Padre Zeus, ya nunca seré honrado yo entre los dioses inmortales,
cuando nada me honran unos mortales, los feacios, que además son de mi
propia estirpe! Pues yo también contaba conque Odiseo, después de sufrir
muchos males, iba a regresar a su casa. El regreso nunca se lo negué del todo,
puesto que tú previamente lo habías prometido y asentido. Pero ésos lo
trajeron sobre el mar dormido en un raudo navío y lo han dejado en Ítaca, y le
dieron incontables regalos, bronce, oro en montón y telas bordadas, con tal
abundancia como nunca la habría obtenido Odiseo de Troya si hubiera salido
sano y salvo con su parte del botín».
Respondiéndole le dijo Zeus, el amontonador de nubes:
«¡Ah, muy poderoso Agitador de la tierra, qué cosas dices! De ningún
modo te menosprecian los dioses. Penoso sería despachar con desprecio al más
viejo y más ilustre. Si alguno de los hombres, cediendo a su poder y su
soberbia, no te honra, siempre tienes a mano pronta tu venganza. Actúa como
quieras y le resulte grato a tu ánimo».
Le respondió al punto Poseidón, el sacudidor de la tierra:
«Pronto puedo actuar yo, señor de las negras nubes, como afirmas. Pero
siempre tengo en cuenta tu voluntad y la acato. Ahora, en efecto, la muy bella
nave de los feacios que regresa de su viaje por el brumoso ponto quiero