Page 122 - La Odisea alt.
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fondo en tu ánimo, al ver cómo quedamos tendidos en la gran sala, junto a las
               tinajas  y  las  mesas  repletas,  mientras  que  todo  el  suelo  humeaba  sangre.
               Escuché el grito estremecedor de Casandra, la hija de Príamo, a la que junto a
               mí  asesinó  la  traicionera  Clitemnestra.  Intenté  alzar  mis  brazos  y  golpeé  la
               tierra, expirando bajo los tajos de la espada. La de ojos de perra se alejó y ni
               siquiera hizo el gesto, cuando yo me dirigía hacia el Hades, de bajarme los

               párpados ni de cerrarme la boca con sus manos. No hay nada más cruel ni más
               perro que una mujer que trama en su mente acciones tales como las que ella
               planeó, el crimen infame de ejecutar el asesinato de su legítimo esposo. Yo
               pensaba llegar a mi casa entre el afecto de mis hijos y mis siervos. Pero ella,
               experta en maldades hasta el fondo, derramó ignominia sobre sí y sobre las
               mujeres que van a vivir después, incluso sobre la que sea decente”.


                   »Así habló, y yo, al momento, en respuesta, le dije:
                   »“¡Ay, de qué modo tan terrible aborreció Zeus a la estirpe de Atreo, por

               medio  de  los  engaños  femeninos,  desde  un  comienzo!  Por  culpa  de  Helena
               perecimos muchos, y a ti Clitemnestra te urdía su trampa a lo lejos”.

                   »Así le hablé, y él, al momento, contestándome dijo:

                   »“Por eso, no seas tú nunca franco con tu mujer y no le vayas a contar todo
               lo que bien sepas; sino que cuéntale algo y guarda oculto el resto. Pero a ti por

               lo menos, Odiseo, no te llegará la muerte por tu mujer, porque es sensata en
               extremo  y  alberga  prudencia  en  su  mente  la  hija  de  Icario,  la  muy  sagaz
               Penélope.  La  dejamos  como  joven  esposa  cuando  nosotros  marchamos  a  la
               guerra. Tenía en su regazo un niño de pecho, que ahora sin duda se cuenta ya
               entre  los  hombres,  feliz.  Que  su  padre  lo  verá  a  su  regreso  y  él  correrá  a
               abrazar a su padre, como es de ley. En cambio, mi esposa no permitió siquiera
               a mis ojos que se saciaran viendo a mi hijo. Antes me mató. Te diré algo más y

               tú  guárdalo  en  tu  mente.  De  manera  furtiva  y  no  en  descubierto  llega  a  tu
               patria en tu nave, porque ya no se puede confiar en las mujeres.

                   »Pero dime lo siguiente y expónmelo con precisión. ¿Habéis oído acaso de
               mi hijo, si vive tal vez en Orcómenos o en la arenosa Pilos, o tal vez junto a
               Menelao en la anchurosa Esparta? Pues no está todavía muerto en la tierra el
               ilustre Orestes”.


                   »Así dijo, y entonces yo, en respuesta, le contesté:

                   »“Atrida, ¿por qué me lo preguntas? No sé nada, ni si vive ni si ha muerto.
               Es malo hablar en vano”.

                   »Mientras nosotros en la triste charla estábamos afligiéndonos, derramando
               abundante llanto, llegó el alma de Aquiles el Pelida, y la de Patroclo, y la del
               irreprochable Antíloco, y la de Ayante, que fue el mejor en belleza y figura de
               todos los dánaos después del intachable hijo de Peleo. Me reconoció el alma
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