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pretendiendo a tu mujer y haciéndole regalos de boda. Con todo, al llegar
castigarás las violencias de éstos. Y, más tarde, cuando ya en tu mansión hayas
dado muerte a los pretendientes, mediante una trampa o a las claras con el
bronce afilado, ponte de nuevo en camino tomando un manejable remo, hasta
que llegues a un pueblo que no conoce el mar ni come alimentos
condimentados con sal, a unos hombres que no saben de los barcos de
purpúreas mejillas ni de los remos de fácil manejo que sirven de alas a las
naves. Te daré una seña muy fácil de reconocer y que no olvidarás: cuando, al
salirte al encuentro, otro caminante te diga que llevas un bieldo sobre tu ilustre
hombro, hinca entonces en el suelo tu remo de fácil manejo, y, después de
hacer un sacrificio al soberano Poseidón, de un carnero, un toro y un jabalí que
monta a las cerdas, vuélvete a tu casa y ofrece luego sagradas hecatombes a
los dioses inmortales que habitan el amplio cielo, a todos, uno tras otro. A ti la
muerte te llegará desde el mar y será muy tranquila, pues te alcanzará ya
sometido a la suave vejez. En torno tus gentes serán prósperas. Estas verdades
te anuncio”.
»Así me habló, y yo, respondiéndole, le dije:
»“Tiresias, eso sin duda lo han urdido los mismos dioses. Pero, ahora, dime
esto y expónmelo de modo preciso. Veo ahí el alma de mi madre, muerta. Ella
permanece en silencio cerca de la sangre y no se ha atrevido a mirar cara a
cara a su hijo ni a hablarle. Dime, soberano, cómo va a darse cuenta de quién
soy yo”.
»Así le dije, y él, respondiéndome, me contestó:
»“Te daré una fácil respuesta y tú guárdala en tu mente. Aquel de los
muertos difuntos al que le permitas acercarse a la sangre, ése te dirá algo
veraz. Y aquel al que se lo niegues, ése se retirará sin más”.
»Después de hablar así se fue hacia el interior de la morada de Hades el
alma del tebano Tiresias, tras haber expresado sus vaticinios. Y yo me quedé
allí quieto, hasta que mi madre acudió y bebió la sangre oscura como una
nube. Al momento me reconoció y, entre gemidos, me dirigió sus palabras
aladas:
»“Hijo mío, ¿cómo viniste a esta neblina tenebrosa, estando vivo? Arduo
es para los vivientes contemplarla. Porque hay en el camino grandes ríos y
terribles corrientes, empezando por el océano, que no es posible cruzar de
ningún modo yendo a pie, a no ser que uno tenga una nave bien construida.
¿Acaso vienes ahora de Troya errando hasta aquí durante mucho tiempo con tu
nave y tus compañeros? ¿Aún no has llegado a Ítaca ni viste en tu hogar a tu
esposa?”.
»Así habló, y yo, respondiéndole, le dije: