Page 117 - La Odisea alt.
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»“Madre mía, la necesidad me hizo bajar al Hades para consultar el alma
del tebano Tiresias. Aún no he llegado a la tierra aquea y todavía no arribé a
nuestro país, sino que voy errante siempre apenado, desde que en un comienzo
marché siguiendo al divino Agamenón hacia Ilión de buenos caballos, para
luchar contra los troyanos. Pero ahora dime esto y explícamelo con precisión:
¿qué destino de lamentable muerte te sometió? ¿Una larga enfermedad, o la
flechera Ártemis te mató asaeteándote con sus suaves dardos? Háblame de mi
padre, y de mi hijo, que dejé atrás, de si todavía conservan su poder o si algún
otro hombre lo detenta y afirman que yo ya no voy a volver. Háblame de mi
honrada esposa, de su voluntad y su pensamiento, si permanece junto a mi hijo
y custodia todo como antes o ya la ha tomado por esposa el más noble de los
aqueos”.
»Así le dije, y al momento me contestó mi venerable madre:
»“Sí, en efecto, ella aguarda con ánimo paciente en tu palacio. Pero tristes
se le pasan siempre las noches y los días derramando llanto. Todavía nadie
detenta tu hermoso dominio regio, sino que Telémaco administra las tierras y
toma parte en los ecuánimes banquetes, los que debe atender quien vela por las
leyes. Todos lo reclaman. Tu padre se queda en su campo y no baja a la
ciudad. No tiene en su lecho cobertores ni mantas ni colchas relumbrantes,
sino que en invierno duerme donde los siervos, en su casa, sobre la ceniza
junto al fuego, y lleva míseras ropas. Mas cuando llega el verano y el
fructífero otoño, por doquier en la falda del monte de sus viñedos tiene
extendidos por el suelo lechos de hojas caídas, y allí se tumba él pesaroso,
mientras la pena le crece en su pecho sollozando por tu suerte. Amarga vejez
le ha tocado. De igual modo también yo perecí y cumplí mi destino. Pues no
me mató en el palacio la muy certera Flechadora asaeteándome con sus suaves
flechas, ni me sobrevino ninguna enfermedad que me arrebatara del todo el
ánimo en una odiosa consunción del cuerpo, sino que fue la añoranza de ti, de
tus cuidados y tu amable carácter, famoso Odiseo, lo que me quitó la dulce
vida”.
»Así me habló, y yo entonces con un fervoroso anhelo quise abrazar el
alma de mi madre difunta. Tres veces lo intenté, me impulsaba mí ánimo al
abrazo, y tres veces entre mis brazos se esfumó semejante a una sombra o un
sueño. La pena se me hacía más y más aguda dentro del corazón, y
dirigiéndome a ella le dije palabras aladas:
»“Madre mía, ¿por qué no aguardas cuando quiero abrazarte para que, aún
en el Hades, te rodee con mis brazos y nos quedemos saciados ambos del
frígido llanto? ¿O acaso es esto tan sólo una imagen que la augusta Perséfone
ha enviado, para que me lamente aún más entre gemidos?”.
»Así hablé, y al punto me contestó mi venerable madre: