Page 118 - La Odisea alt.
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»“¡Ay de mí, hijo mío, el más atormentado de todos los mortales! En nada
               te presenta engaños Perséfone, hija de Zeus, sino que ésa es la condición de
               los  mortales,  una  vez  que  perecen.  Pues  los  tendones  no  retienen  más  las
               carnes y los huesos, sino que el potente furor del fuego ardiente los deshace
               apenas el ánimo vital abandona los blancos huesos y el alma, volando como un
               ensueño,  revolotea  y  se  aleja.  Pero  apúrate  en  volver  cuanto  antes  a  la  luz.

               Rememora muy bien todo esto para que más tarde se lo cuentes a tu esposa”.

                   »Mientras  nosotros  conversábamos  así,  acudieron  las  mujeres,  todas
               cuantas  fueron  esposas  o  hijas  de  famosos  héroes.  Las  enviaba  la  augusta
               Perséfone.  En  tropel  se  congregaron  alrededor  de  la  oscura  sangre,  y  yo
               meditaba  cómo  interrogar  a  cada  una.  La  mejor  decisión  en  mi  ánimo  me
               pareció la siguiente. Desenvainando la aguzada espada de mi robusto costado,

               no iba a permitir que todas a la vez bebieran la sangre oscura. Ellas avanzaban
               en fila, y cada una proclamaba su estirpe. Y yo las iba interrogando a todas.

                   »Así  pues  la  primera  que  vi  fue  Tiro,  de  noble  padre,  que  dijo  ser
               descendiente del intachable Salmoneo y afirmó ser esposa de Creteo el Eólida.
               Ella se enamoró de un río, el divino Enipeo, que es con mucho el más hermoso
               de los ríos de la tierra, y ella solía frecuentar las bellas corrientes de Enipeo.
               Pero, adoptando la figura de éste, el dios sacudidor y abrazador de la tierra se

               acostó con ella en las fuentes del río torrencial. Se alzó allí una ola rotunda,
               alta  como  un  monte,  que  en  su  cavidad  ocultó  al  dios  y  a  la  mujer  mortal.
               Desligó su cinturón virginal y la inundó el sueño. Y luego, una vez que el dios
               hubo colmado sus amorosos embates, la tomó de la mano, le dirigió la palabra
               y le dijo:

                   »“Alégrate, mujer, de este encuentro amoroso. En el curso de un año darás

               a  luz  hijos  espléndidos,  porque  no  son  infecundas  las  uniones  de  los
               inmortales. Tú críalos y edúcalos. Y ahora vuelve a tu casa, y calla y no me
               nombres. Yo soy, en verdad, Poseidón el que agita la tierra”.

                   »Tras de hablar así se sumergió en el oleaje marino. Ella, embarazada del
               dios, dio a luz a Pelias y a Neleo, que llegaron a ser ambos firmes servidores
               del gran Zeus, tanto el uno como el otro. Pelias rico por sus rebaños, habitaba
               en la espaciosa Yolcos, y el otro en la arenosa Pilos. Y otros hijos parió para

               Creteo esta reina de las mujeres: a Esón, Feres y Amitaon, diestro combatiente
               en su carro.

                   »Después vi a Antíope, la hija de Asopo, que se ufanaba de haber dormido
               entre los brazos de Zeus, y que dio a luz dos hijos: Anfión y Zeto, los primeros
               en fijar los cimientos de Tebas la de las siete puertas, y amurallarla, pues no
               podían  habitar  sin  murallas  la  ciudad  de  amplios  espacios,  aun  siendo  tan

               fuertes.  Después  vi  a  Alcmena,  la  esposa  de  Anfitrión,  que  al  intrépido
               Heracles de ánimo leonino dio a luz de los abrazos del gran Zeus, con quien se
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