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»“¡Ay de mí, hijo mío, el más atormentado de todos los mortales! En nada
te presenta engaños Perséfone, hija de Zeus, sino que ésa es la condición de
los mortales, una vez que perecen. Pues los tendones no retienen más las
carnes y los huesos, sino que el potente furor del fuego ardiente los deshace
apenas el ánimo vital abandona los blancos huesos y el alma, volando como un
ensueño, revolotea y se aleja. Pero apúrate en volver cuanto antes a la luz.
Rememora muy bien todo esto para que más tarde se lo cuentes a tu esposa”.
»Mientras nosotros conversábamos así, acudieron las mujeres, todas
cuantas fueron esposas o hijas de famosos héroes. Las enviaba la augusta
Perséfone. En tropel se congregaron alrededor de la oscura sangre, y yo
meditaba cómo interrogar a cada una. La mejor decisión en mi ánimo me
pareció la siguiente. Desenvainando la aguzada espada de mi robusto costado,
no iba a permitir que todas a la vez bebieran la sangre oscura. Ellas avanzaban
en fila, y cada una proclamaba su estirpe. Y yo las iba interrogando a todas.
»Así pues la primera que vi fue Tiro, de noble padre, que dijo ser
descendiente del intachable Salmoneo y afirmó ser esposa de Creteo el Eólida.
Ella se enamoró de un río, el divino Enipeo, que es con mucho el más hermoso
de los ríos de la tierra, y ella solía frecuentar las bellas corrientes de Enipeo.
Pero, adoptando la figura de éste, el dios sacudidor y abrazador de la tierra se
acostó con ella en las fuentes del río torrencial. Se alzó allí una ola rotunda,
alta como un monte, que en su cavidad ocultó al dios y a la mujer mortal.
Desligó su cinturón virginal y la inundó el sueño. Y luego, una vez que el dios
hubo colmado sus amorosos embates, la tomó de la mano, le dirigió la palabra
y le dijo:
»“Alégrate, mujer, de este encuentro amoroso. En el curso de un año darás
a luz hijos espléndidos, porque no son infecundas las uniones de los
inmortales. Tú críalos y edúcalos. Y ahora vuelve a tu casa, y calla y no me
nombres. Yo soy, en verdad, Poseidón el que agita la tierra”.
»Tras de hablar así se sumergió en el oleaje marino. Ella, embarazada del
dios, dio a luz a Pelias y a Neleo, que llegaron a ser ambos firmes servidores
del gran Zeus, tanto el uno como el otro. Pelias rico por sus rebaños, habitaba
en la espaciosa Yolcos, y el otro en la arenosa Pilos. Y otros hijos parió para
Creteo esta reina de las mujeres: a Esón, Feres y Amitaon, diestro combatiente
en su carro.
»Después vi a Antíope, la hija de Asopo, que se ufanaba de haber dormido
entre los brazos de Zeus, y que dio a luz dos hijos: Anfión y Zeto, los primeros
en fijar los cimientos de Tebas la de las siete puertas, y amurallarla, pues no
podían habitar sin murallas la ciudad de amplios espacios, aun siendo tan
fuertes. Después vi a Alcmena, la esposa de Anfitrión, que al intrépido
Heracles de ánimo leonino dio a luz de los abrazos del gran Zeus, con quien se