Page 3 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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PRIMERA PARTE

                  CAPÍTULO 1: Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha

                  En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un

                  hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo
                  más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los

                  viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El

                  resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo

                  mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama

                  que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza,
                  que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los

                  cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo

                  de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna

                  diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja

                  entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración

                  dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que

                  estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto,
                  que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a

                  tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para

                  comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de

                  todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la

                  claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando

                  llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la
                  razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me

                  quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad

                  divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la

                  vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase



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