Page 371 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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pesadumbre, y así, el día que nos partimos nunca pude verle para despedirme dél siquiera con los

                  ojos; pero a cabo de dos días que caminábamos, al entrar de una posada en un lugar una jornada de

                  aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural, que si yo no le

                  trujera tan retratado en mi alma, fuera imposible conocelle. Conocíle, admiréme y alegréme; él me

                  miró a hurto de mi padre, de quien él siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mi en los
                  caminos y en las posadas do llegamos; y como yo sé quién es, y considero que por amor de mí viene

                  a pie y con tanto trabajo, muérome de pesadumbre, y adonde él pone los pies pongo yo los ojos. No

                  sé con qué intención viene, ni cómo ha podido escaparse de su padre, que le quiere

                  extraordinariamente, porque no tiene otro heredero, y porque él lo merece, como lo verá vuestra

                  merced cuando le vea. Y más le sé decir: que todo aquello que canta lo saca de su cabeza; que he
                  oído decir que es muy grande estudiante y poeta. Y hay más: que cada vez que le veo o le oigo cantar

                  tiemblo toda y me sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca, y venga en conocimiento de

                  nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y, con todo eso, le quiero de manera, que no he

                  de poder vivir sin él. Esto es, señora mía, todo lo que os puedo decir deste músico cuya voz tanto os

                  ha contentado; que en sola ella echaréis bien de ver que no es mozo de mulas, como decís, sino

                  señor de almas y lugares como yo os he dicho.

                  -No digáis más, señora doña Clara -dijo a esta sazón Dorotea, y esto, besándola mil veces-; no digáis

                  más, digo, y esperad que venga el nuevo día; que yo espero en Dios de encaminar de manera

                  vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen.

                  -¡Ay, señora! -dijo doña Clara-, ¿qué fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico, que

                  le parecerá que aun yo no puedo ser criada de su hijo, cuanto más su esposa? Pues casarme yo a

                  hurto de mi padre, no lo haré por cuanto hay en el mundo. No querría sino que este mozo se

                  volviese y me dejase; quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos se me

                  aliviaría la pena que ahora llevo; aunque sé decir que este remedio que me imagino me ha de

                  aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido esto, ni por dónde se ha entrado teste amor que le
                  tengo, siendo yo tan muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad

                  mesma, y que yo no tengo cumplidos diez


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