Page 302 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Viendo esto el cura, deseoso de saber qué gente era aquella que con tal traje y tal silencio estaba, se

                  fue donde estaban los mozos, y a uno de ellos le preguntó lo que ya deseaba; el cual le respondió:

                  -Pardiez, señor, yo no sabré deciros qué gente sea ésta; sólo sé que muestra ser muy principal,

                  especialmente aquel que llego a tomar en sus brazos a aquella señora que habéis visto; y esto dígolo

                  porque todos los demás le tienen respeto, y no se hace otra cosa mas de la que él ordena y manda.


                  -Y la señora ¿quién es? -preguntó el cura.

                  -Tampoco sabré decir eso -respondió el mozo-; porque en todo el camino no la he visto el rostro;

                  suspirar si la he oído muchas veces y dar unos gemidos, que parece que con cada uno dellos quiere

                  dar el alma. Y no es de maravillar que no sepamos más de lo habemos dicho, porque mi compañero

                  y yo no ha más de dos días que los acompañamos; porque, habiéndolos encontrado en el camino,
                  nos rogaron y




                  persuadieron que viniésemos con ellos hasta el Andalucía, ofreciéndose a pagárnoslo muy bien.


                  -Y ¿habéis oído nombrar a alguno dellos? -preguntó el cura.

                  -No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio, que es maravilla;

                  porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos

                  mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada donde quiera que va; y, según se

                  puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le

                  debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.

                  -Todo podría ser -dijo el cura.

                  Y dejándolos, se volvió adonde estaba Dorotea; la cual, como había oído suspirar a la embozada,

                  movida de natural compasión, se llegó a ella y le dijo:


                  -¿Qué mal sentís, señora mía? Mirad si es alguno de quien las mujeres suelen tener uso y

                  experiencia de curarle; que de mi parte os ofrezco una buena voluntad de serviros.





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