Page 301 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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lo cual sabido por Camila, hizo profesión, y acabó en breves días la vida, a las rigurosas manos de

                  tristezas y melancolías. Este fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.

                  -Bien -dijo el cura- me parece esta novela; pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es

                  fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio, que quiera

                  hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama,

                  pudiérase llevar; pero entre marido y mujer, algo tiene del imposible; y en lo que toca al modo de

                  contarlo, no me descontenta.




                  Capítulo 36: Que trata de otros raros sucesos que en la venta sucedieron

                  Estando en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo:


                  -Esta que viene es una hermosa tropa de huéspedes; si ellos paran aquí, gaudeamus tenemos.

                  -¿Qué geste es? -dijo Cardenio.

                  -Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, y todos

                  con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo

                  cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie.


                  -¿Vienen muy cerca? -preguntó el cura.

                  Tan cerca -respondió el ventero-, que ya llegan.


                  Oyendo esto Dorotea, se cubrió el rostro, y Cardenio se entró en el aposento de don Quijote; y casi

                  no habían tenido lugar para esto, cuando entraron en la venta todos los que el ventero había dicho; y
                  apeándose los cuatro de a caballo, que de muy gentil talle y disposición eran, fueron a apear a la

                  mujer que en el sillón venia; y, tomándola uno dellos en sus brazos, la sentó en una silla que estaba

                  a la entrada del aposento donde Cardenio se había escondido. En todo este tiempo, ni ella ni ellos se

                  habían quitado los antifaces, ni hablado palabra alguna; sólo que al sentarse la mujer en la silla, dio

                  un profundo suspiro, y dejó caer los brazos, como persona enferma y desmayada. Los mozos de a
                  pie llevaron los caballos a la caballeriza.



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