Page 254 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Hermano mío -dijo el cura-, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y

                  devaneos, y éste del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de

                  Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo Gran

                  Capitán, renombre famoso y claro, y dél sólo merecido; y este Diego García de Paredes fue un

                  principal caballero natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de
                  tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia; y,

                  puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no

                  pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y las escribe él asimismo, con la

                  modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en

                  olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes.

                  -¡Tomaos con mi padre! -dijo el dicho ventero-. ¡Mirad de qué se espanta; de detener una rueda de

                  molino! Por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que leí yo de Félixmarte de Hircania, que de

                  un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los

                  frailecicos que hacen los niños. Y otra vez arremetió con un grandísimo y poderosísimo ejército,
                  donde llevó más de un millón y seiscientos mil soldados, todos armados desde el pie hasta la cabeza,

                  y los desbarató a todos, como si fueran manadas de ovejas. Pues ¿qué me dirán del bueno de don

                  Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verá en el libro, donde cuenta que

                  navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego, y él, así como la vio, se

                  arrojó sobre ella, y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y la apretó con ambas

                  manos la garganta con tanta fuerza, que viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro

                  remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar?
                  Y cuando llegaron allá abajo, se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos, que era

                  maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas, que no hay más

                  que oír. Calle, señor; que si oyese esto, se volvería loco de placer. ¡Dos higas para el Gran Capitán y

                  para ese Diego García que dice!

                  Oyendo esto Dorotea, dijo callando a Cardenio:


                  -Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de don Quijote.

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